SI ME ARREBATARAN MI DON MÁS PRECIADO,
Tras varias horas de viaje,
Sandra tenía la sensación de que iba a necesitar un marcador indeleble para
devolverle la forma a su integridad física. Estaba agotada, prácticamente no
había podido dormir durante toda la noche, pero cargaba con una felicidad tan
inmensa tras aquel memorable fin de semana, que bien poco le importaba.
Y es que los cerros de su norte
querido son una maravilla inexplicable, que va más allá de los portentosos
efectos de los cataclismos y la erosión con que el agua y el viento le han ido
dando forma a esa tierra durante eones. Y es que se respira allí una energía fascinante,
que es fácilmente perceptible, aún para el menos versado. Y Sandra estaba lejos
de serlo. Ella conocía de sobra aquella sensación revitalizante y ese fin de
semana se había dado el gusto de hacerla suya.
Durante toda su estadía en
aquellos parajes remotos, alejados del ruido de la civilización, la rutina fue
la misma: se levantaba muy temprano al amanecer, tomaba un nutritivo desayuno y
se marchaba para recorrer los cerros durante horas, haciendo gala de una
agilidad única. Al principio lo hizo con timidez, pues hasta la fecha no había
probado sus nuevas habilidades, por lo que tenía la precaución de moverse con
cautela, procurando mantener a la vista lugares seguros donde apoyarse. Pero a
medida que fue ganando confianza, su cuerpo comenzó a experimentar la emoción
que producía la adrenalina de ver como sus piernas eran capaces de impulsarla a
dar saltos más de tres metros para alcanzar lugares que parecían inaccesibles
hasta entonces. También su velocidad y resistencia eran impresionantes, lo que
le permitió no solo recorrer largas distancias, sino también aventurarse por lugares
que hasta entonces desconocía, sin
sentir el más mínimo cansancio.
Pero Sandra seguía siendo humana
y tamaño esfuerzo físico término por agotarla. A pesar de ello, una vez que se
bajó del bus, en lugar de irse a casa, partió de inmediato a su trabajo, pues
tenía compromisos que atender.
Aquel día fue increíblemente
aburrido, pero a Sandra parecía no importarle. El recuerdo de las aventuras
vividas durante las jornadas anteriores era aliento suficiente para soportar el
tedio de las interminables reuniones y el cansancio del viaje. Además, ansiaba
la pronta llegada de un nuevo fin de semana, para salir a pasea cerca de la
ciudad y volver a poner a prueba sus nuevas habilidades.
Sin embargo, al llegar a casa al
anochecer, una desagradable sorpresa amenazaría con arruinar su glorioso estado
de ánimo: al desempacar su maleta de viaje, comprobó que algo importante
faltaba. Maquinalmente revisó el brazalete que rodeaba su antebrazo izquierdo,
para ver si había de dejado instalado el objeto perdido, pero no lo encontró.
Estaba segura de haberlo guardado en un estuche de su maleta, pero tras darle vueltas
varias veces, no pudo encontrarlo. Al parecer, alguien había estado hurgando en
su equipaje y sustrajo la pequeña tarjeta de grafeno, arrebatándole más
preciado que un simple chip.
Al no tener con quien compartir o
descargar su molestia, Sandra se fue a dormir pensando en qué lugar le podrían
haber robado el implante milagroso que le había dado tan magníficas habilidades.
Pero tan cansada estaba, que pronto logró conciliar un sueño profundo y
reparador. Así, al despertar a la mañana siguiente, comprobó que su enfado se
había desvanecido y que su humor había vuelto a ser el de los días pasados.
Salió de su casa muy contenta,
pensando en lo que haría al mediodía, lo que hizo que la mañana se le pasara
volando. Cuando por fin llegó la hora anhelada, en lugar de irse a almorzar,
partió a una tienda cercana dispuesta a conseguirse un nuevo don.
—Buenas tardes —le saludó
cordialmente el dependiente—, ¿en qué le puedo servir?
—Hola —contestó Sandra con una
sonrisa—. Quiero un implante, por favor —dijo a continuación, exhibiendo el
brazalete de su antebrazo.
—¿Busca alguno en particular?
—Mmm...
Sandra se tomó un momento para
pensarlo, pues pese a estar decidida a adquirir uno nuevo, no estaba segura de
lo que quería, en realidad. Creía que le bastaría con uno similar al que había
perdido, pero en ese momento, frente al vendedor, tuvo la certeza de que no era
eso lo que buscaba. Ella quería algo que pudiera apreciar de verdad.
—Ya sé —dijo con una sonrisa algo
malévola—, ¿tienes alguno que me permita patearle el trasero al maldito
bastardo que se atrevió a arrebatarme mi don más preciado?