martes, 4 de febrero de 2014

si te arrebataran tu don más preciado? II

SI ME ARREBATARAN MI DON MÁS PRECIADO,
INMEDIATAMENTE BUSCARÍA UNO NUEVO

Tras varias horas de viaje, Sandra tenía la sensación de que iba a necesitar un marcador indeleble para devolverle la forma a su integridad física. Estaba agotada, prácticamente no había podido dormir durante toda la noche, pero cargaba con una felicidad tan inmensa tras aquel memorable fin de semana, que bien poco le importaba.
Y es que los cerros de su norte querido son una maravilla inexplicable, que va más allá de los portentosos efectos de los cataclismos y la erosión con que el agua y el viento le han ido dando forma a esa tierra durante eones. Y es que se respira allí una energía fascinante, que es fácilmente perceptible, aún para el menos versado. Y Sandra estaba lejos de serlo. Ella conocía de sobra aquella sensación revitalizante y ese fin de semana se había dado el gusto de hacerla suya.
Durante toda su estadía en aquellos parajes remotos, alejados del ruido de la civilización, la rutina fue la misma: se levantaba muy temprano al amanecer, tomaba un nutritivo desayuno y se marchaba para recorrer los cerros durante horas, haciendo gala de una agilidad única. Al principio lo hizo con timidez, pues hasta la fecha no había probado sus nuevas habilidades, por lo que tenía la precaución de moverse con cautela, procurando mantener a la vista lugares seguros donde apoyarse. Pero a medida que fue ganando confianza, su cuerpo comenzó a experimentar la emoción que producía la adrenalina de ver como sus piernas eran capaces de impulsarla a dar saltos más de tres metros para alcanzar lugares que parecían inaccesibles hasta entonces. También su velocidad y resistencia eran impresionantes, lo que le permitió no solo recorrer largas distancias, sino también aventurarse por lugares  que hasta entonces desconocía, sin sentir el más mínimo cansancio.
Pero Sandra seguía siendo humana y tamaño esfuerzo físico término por agotarla. A pesar de ello, una vez que se bajó del bus, en lugar de irse a casa, partió de inmediato a su trabajo, pues tenía compromisos que atender.
Aquel día fue increíblemente aburrido, pero a Sandra parecía no importarle. El recuerdo de las aventuras vividas durante las jornadas anteriores era aliento suficiente para soportar el tedio de las interminables reuniones y el cansancio del viaje. Además, ansiaba la pronta llegada de un nuevo fin de semana, para salir a pasea cerca de la ciudad y volver a poner a prueba sus nuevas habilidades.
Sin embargo, al llegar a casa al anochecer, una desagradable sorpresa amenazaría con arruinar su glorioso estado de ánimo: al desempacar su maleta de viaje, comprobó que algo importante faltaba. Maquinalmente revisó el brazalete que rodeaba su antebrazo izquierdo, para ver si había de dejado instalado el objeto perdido, pero no lo encontró. Estaba segura de haberlo guardado en un estuche de su maleta, pero tras darle vueltas varias veces, no pudo encontrarlo. Al parecer, alguien había estado hurgando en su equipaje y sustrajo la pequeña tarjeta de grafeno, arrebatándole más preciado que un simple chip.
Al no tener con quien compartir o descargar su molestia, Sandra se fue a dormir pensando en qué lugar le podrían haber robado el implante milagroso que le había dado tan magníficas habilidades. Pero tan cansada estaba, que pronto logró conciliar un sueño profundo y reparador. Así, al despertar a la mañana siguiente, comprobó que su enfado se había desvanecido y que su humor había vuelto a ser el de los días pasados.
Salió de su casa muy contenta, pensando en lo que haría al mediodía, lo que hizo que la mañana se le pasara volando. Cuando por fin llegó la hora anhelada, en lugar de irse a almorzar, partió a una tienda cercana dispuesta a conseguirse un nuevo don.
—Buenas tardes —le saludó cordialmente el dependiente—, ¿en qué le puedo servir?
—Hola —contestó Sandra con una sonrisa—. Quiero un implante, por favor —dijo a continuación, exhibiendo el brazalete de su antebrazo.
—¿Busca alguno en particular?
—Mmm...
Sandra se tomó un momento para pensarlo, pues pese a estar decidida a adquirir uno nuevo, no estaba segura de lo que quería, en realidad. Creía que le bastaría con uno similar al que había perdido, pero en ese momento, frente al vendedor, tuvo la certeza de que no era eso lo que buscaba. Ella quería algo que pudiera apreciar de verdad.
—Ya sé —dijo con una sonrisa algo malévola—, ¿tienes alguno que me permita patearle el trasero al maldito bastardo que se atrevió a arrebatarme mi don más preciado?