SI ME
ARREBATARAN MI DON MÁS PRECIADO,
IRÍA HASTA EL
FIN DEL MUNDO CON TAL DE RECUPERARLO
Abrir los ojos y ver la luz del sol colándose
por entremedio de las cortinas, sentir el cuerpo y la mente reposados, y el
alma ligera como una pluma... Dos años han tenido que pasar para volver a vivir
esa sensación cálida de calma y bienestar. Amanecer así no puede ser sino un
buen indicio, el augurio de un comienzo esperanzador.
Emilio saltó de la cama con ligereza y de
inmediato posó la mirada sobre su arco, aquel que había dejado abandonado en el
bosque dos años atrás, y pensó que no tenía mucho caso llevarlo consigo. Pero
el arma era algo más que eso, era un símbolo, era el emblema de aquello que le
había sido arrebatado y que ese mismo día partiría a buscar. Además, tenía la
cantimplora que le había dado la mujer del bosque, que guardaba en su interior
la receta secreta para traer de vuelta su don más preciado.
En el comedor estaba esperándolo toda la
familia reunida. Era mucho más temprano de lo habitual y, a pesar de ello, el
olor a pan recién horneado inundaba la estancia.
El rostro de su padre rebosaba de satisfacción.
Su pequeño había sufrido lo inimaginable, vivió sumido en el dolor y la
oscuridad por más tiempo del que cualquier persona pueda tolerar, hundido en el
pozo más profundo, solitario y sin destino. Pero ahí estaba, poniéndose de pie
por sus propios medios, con su espíritu lleno de determinación y coraje. Su
carita de niño era engañosa, pues detrás de ella se escondía un verdadero
hombre. Estaba orgulloso de su retoño, pero aún no sabía que iba a estarlo
todavía más.
La madre, por su parte, miraba a Emilio con
ternura. Estaba nerviosa, de eso no cabía la menor duda, pero se las arreglaba
perfectamente para no evidenciarlo. En lugar de eso, escrutaba los ojos de su
hijo, intentando descubrir qué era lo que había cambiado en él. Estaba tan
grande y tan guapo..., pero había algo más, algo que tanto la inquietaba, como
la tranquilizaba. En el fondo temía a su actitud temeraria, pero se
reconfortaba intuyendo que tendría la capacidad para hacer frente a cualquier
adversidad y salir victorioso. Su bebé
había crecido.
Ajeno a las reflexiones de sus padres, Emilio
devoró cuanto pudo, expulsando migas de pan por la boca cada vez que hablaba.
Estaba muy conversador, animado y ansioso por el inicio de su solitario viaje.
Fue un momento emotivo, de despedida, con la
congoja y los buenos deseos acostumbrados en ese tipo de ocasiones. Pero
también era el punto de partida de una nueva vida, no solo para Emilio, sino
para toda su familia. Una pequeña chispa había vuelto a iluminar su alma y su
travesía tenía por propósito que esta encendiera nuevamente su espíritu por
completo. Él presentía que iba a enfrentar dificultades, que éstas no serían
escasas, pero tenía la certeza de que cualquier riesgo valía la pena con tal de
volver a sentirse pleno.
La mañana fue avanzando y el joven viajero
notó que se estaba demorando más de la cuenta en emprender su travesía. Pero
romper el cordón era mucho más difícil de lo que había imaginado, en especial
por el excesivo tiempo que perdió alejado de sus afectos, del cálido amor de su
familia. En realidad no le importaba mucho demorar unos minutos la más partida,
recorriendo su hogar por última vez, llevando en brazos a su pequeña hermana,
acariciando su cabecita con suavidad.
—Te prometo pronto que volveré para jugar
contigo —le dijo tras darle un último beso antes de partir.
Emilio se marchó minutos después llevando
consigo su arco, el carcaj lleno de flechas y una bolsa con ropa de cambio y
algunas provisiones. Recorrió con paso sereno los senderos de la comarca,
encaminándose a despedirse de la chica del cabello de fuego, su amiga de toda
la vida, a quien en más de una ocasión había desilusionado. La visita fue breve
y tensa, pero Emilio aprovechó muy bien cada minuto, pues necesitaba irse en
paz con ella. Y, a pesar de no haber tenido el mejor recibimiento, consiguió su
objetivo y se retiró del lugar con el corazón ligero.
A Emilio ya no le quedaba más por hacer que
marcharse de una buena vez. La ansiedad se fue apoderando poco a poco de él con
cada paso que daba. Su destino era incierto y los riesgos completamente
desconocidos. Se sentía temeroso y dudaba de tener la capacidad para conseguir
su objetivo, pero esa pequeña chispa encendida en su alma le brindaba una
determinación que él no sabía que tenía y que le daba el valor de aventurarse
hasta el fin del mundo, de ser necesario, para recuperar su don más preciado.
Emilio no titubeó más y comenzó a mover las
piernas con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Tras conocer el lado más
oscuro de su ser, no le quedaba mucho que perder y la travesía que comenzaba
era su oportunidad de demostrarles a todos que en realidad era un chico bueno,
no el rufián al que habían tenido que soportar durante casi dos años. Pero, más
importante aún, le permitiría demostrarse a sí mismo que era capaz de construir
su propio destino, con la frente en alto, sin culpar al mundo por su desdicha,
responsabilizándose por sus decisiones, por muy malas que éstas pudieran llegar
a ser. En el fondo de su corazón, Emilio sabía que era la única forma en que
podría volver a sentirse completo, que solo así podría descubrir su verdadera
naturaleza y recuperar su antigua nobleza.
La historia de Emilio de Castbaleón recién
comienza.