INTRUSIÓN
Extasiado. La
invención de Quantum C era algo extraordinario y no pude desprenderme de ella
en toda la noche.
Gracias a eso,
el desvelo rindió sus frutos, pues con cada minuto que pasaba, mi forma de
navegar por la Red iba mejorando progresivamente, a tal nivel que, al amanecer,
ya era capaz de gestionar varios gigas de información a voluntad. A ese ritmo,
pronto habría abarcado la totalidad de la Red superficial, al menos del
contenido en mi idioma y en inglés, y pronto accedería sin dificultad a la Red
profunda, aquella que no era indexada por los motores de búsqueda. Los motores
de búsqueda… a menudo me reía de ellos.
El único
problema que le encontraba al sistema era la inmovilidad, dado que estaba
anclado a la conexión de banda ancha de mi casa. Debería hacer conservado mi
teléfono móvil, a pesar de las aprensiones de Quantum C, pero el daño ya estaba
hecho.
Me sentía
completamente a gusto, disfrutando de todas las bondades de la Red sin estar
atado a una pantalla, lo que hacía sentir prácticamente invulnerable. Hasta
que, cerca del mediodía, cuando estaba totalmente familiarizado con la
navegación neural, percibí la primera señal de peligro. Estaba tomando un café,
cuando involuntariamente mi mano se quedó completamente quieta sosteniendo la
taza a centímetros de mi boca, sin poder completar su recorrido. Todo mi cuerpo
estaba inmóvil, pero mi mente, en lugar de dar la instrucción de emitir
adrenalina y cortisol, se encargó en forma automática de frenar el intento de
intrusión del que estaba siendo víctima. Alguien había estado intentando
hackear mi cerebro.
Cuando la
movilidad retornó a mi cuerpo, quité de inmediato los diodos de mi cabeza y me
tomé el cabello con las dos manos empapadas de sudor. Había tenido que
desconectarme para recién poder sentir miedo.
Pasaron varias
horas antes de que me animara a volver a iniciar una conexión. El evento me
alteró a tal punto, que me sentí menos amenazado por la tiranía de las
pantallas, que por la posibilidad de ser atacado por un hacker. Y es que no era
poca cosa. No era cuestión de que fueran a apoderarse de mi disco duro o de un
servidor. Era mi propia cabeza la que había estado en juego.
Cuando volví
a conectarme, de inmediato le envié un
mensaje a Quantum C por el QuePa, que no desinstalé, aprovechando que tenía
toda la información de la Simcard de mi teléfono, contándole lo que me había
pasado.
"No te
preocupes, tus firewalls te protegieron"
Ciertamente su
respuesta me tranquilizó. Pero me serenó
aún más que me informara que ya estaba trabajando para hacerlos más efectivos y
que pudieran evitar que se produjeran esas parálisis que también a él le habían
afectado.
Pese a mi
tranquilidad, me desconecté nuevamente. Estaba agotado y necesitaba descansar.
Así que sólo me lavé los dientes y me tendí pesadamente sobre la cama, sin
siquiera quitarme la ropa. Entonces, justo antes de quedarme dormido, una idea,
que más bien era una pregunta, se paseó fugazmente por mi mente: ¿de dónde
venía toda aquella información que Quantum C estaba procesando a su entera
voluntad?
Al despertar, la
había olvidado del todo y, en lugar de pensar en ello, lo primero que hice fue
acceder a la Red, solo para encontrarme con un mensaje que no haría más que
dejarme completamente intrigado:
“Elvis
peligrará hoy día”.
No reconocí el
número, ni supe a qué se refería. Aun así, me quedó la sensación de que era una
advertencia que no podía ignorar e intuí que alguna pista de lo que me quería
decir podía estar en la Red. Si alguien estaba en peligro, debía averiguar
quién era y por qué.