miércoles, 23 de octubre de 2019

Primavera Chilena (No estamos en guerra)

Hay quienes tenemos una voz y un medio para que esta se escuche. Es un gran poder y, por lo mismo, una gran responsabilidad.
Esta es la Primavera de Chile, un evento gigantesco que comenzó formalmente el viernes 18 de octubre 2019. Aquel día era el segundo aniversario del fallecimiento de un ser humano grandioso, marido de mi madre, padre de una de mis hermanas y, creo que puedo decirlo con propiedad, mi mentor. Ese día se llevó a cabo una misa en su nombre (su madre, la mejor persona del mundo es muy católica, él no lo era) y luego una reunión familiar. Conmemoraciones a las que no pude llegar.
Tengo recuerdos muy vívidos de su lucha contra la dictadura cívico-militar que aterró a mi país por 17 años, y que, no conforme con eso, nos legó un sistema económico y social que hoy nos pesa. Y mucho. Yo era un niño aún, pero él siempre me involucró en las conmemoraciones del 11 de septiembre, en las concentraciones del 1° de mayo, en la campaña para decirle que NO al tirano, y de aquella que permitió elegir presidente por primera vez en 20 años.
Una vez,  en uno de esos 11s previos al plebiscito, en el Cementerio General, él cargaba con mi hermano en sus hombros mientras yo caminaba a su lado. Una bomba lacrimógena cayó frente a nosotros y él, sin temor, la pateó de vuelta a carabineros. Jamás lo he podido olvidar, y hoy ese suceso vuelve a mi memoria más nítido que nunca.
Por segundo año consecutivo no he podido estar en la conmemoración de su partida (aún me cuesta escribir “su muerte”), esta vez por el estallido social que le reventó en la cara a todo el país. La misa era a las 20 horas, recién pude ver a algunos de mis familiares a las 23. En las calles de Santiago todo era caos, no había servicio de metro, el centro estaba inusualmente lleno de gente para un vienes por la tarde, comenzaron las manifestaciones, revueltas, barricadas, caminatas eternas y tránsito entorpecido a más no poder. 
Pero el caos recién comenzaba. Horas más tarde veríamos estaciones del metro quemadas, al gobierno sacando a los milicos a la calle, sin importarles el pánico que en buena parte de la población generó, sin pensar en que reabriría viejas heridas, el temor a la violencia y represión. Vinieron los saqueos y los toques de queda, la expansión incesante del movimiento que se inició con estudiantes evadiendo el pago del pasaje del metro, a otras ciudades del país.
Desde temprano comenzó a ser evidente la ineptitud del gobierno, pero también el despertar del pueblo, a quien una fuerza imparable tuvo que abofetear para quitarse el letargo. Comenzamos a salir a las calles y nuestro clamor se fue unificando, como si cada manifestante hubiese ido agregando al listado una a una las causas de nuestro malestar. La dictadura generó una sociedad individualista, basada en el beneficio personal, con una distribución inequitativa de los ingresos, haciéndonos creer que estos iban a chorrear, entregándole a privados a precio de huevo riquezas que antes eran de todos, y dejando que el mercado se hiciera cargo de derechos tan básicos como la salud, la educación, la vivienda y las pensiones. Luego, durante 30 años, los sucesivos gobiernos se dedicaron a administrar y cosechar los supuestos beneficios de esta estructura económico social, haciéndole ocasionales retoques al sistema cada vez que surgía alguna inquietud popular. Y de la desigualdad, ¿quién se hizo cargo? ¿Alguna autoridad se habrá sentado a pensar “esto podría terminar mal”?
Poco a poco el miedo que sentíamos al principio fue menguando. Muchos militares, muchos pacos, mucha represión, pero seguíamos saliendo a la calle. La ineptitud e indolencia del gobierno avivó la flama, declaró la guerra, insistió en la violencia y desestimó el clamor del pueblo. Recién al cuarto día se anunciaron algunas tímidas medidas que en cada se acercan a lo que queremos.
Pero, ¿qué es lo que queremos? Nos han quitado tanto, que lo queremos todo: justicia social, reconocimiento del derecho humano al agua y su desprivatización, castigo severo a la corrupción, redistribución de la riqueza, derecho a salud y educación estatal, gratuita y de calidad, nueva Constitución, no más AFPs, no al TTP, compromiso real con el cambio climático, y un largo etcétera que se resume en una sola palabra: dignidad.
Pablo querido: hoy volví a salir a la calle a luchar como tú me enseñaste, aguantando el calor y los gases de los pacos, para dar la pelea popular más grande que se ha dado desde aquella que tú y tantos otros dieron contra la dictadura. Y no pienso abandonar, porque si perdemos esta, las perderemos todas. Estoy tan seguro de que es esta la causa más importante y justa de mi vida, que no puedo flaquear. Hasta la victoria siempre.