PRIMER ENLACE
Abrumado. El cansancio extremo y
la velocidad inusitada con la que las ideas fluían por mi cabeza, me tenían virtualmente
destruido. Aun así, me resultaba imposible conciliar el sueño, por más que lo
intentara.
Probé de todo: me di un
prolongado baño de tina, bebí infusiones de melisa, leche tibia con hojas de
naranja, leí los libros más aburridos del mundo... Ni siquiera
"Corazón" tuvo ese efecto somnífero que tanto ansiaba. Peor aún, ni
siquiera las pastillas para dormir que conseguí lo lograron. ¿Qué me estaba pasando?
¿Qué mierda estaba provocando aquel estado terrible que me llevó al borde de
una sobredosis? ¿En qué estaba pensando?
Creo que ahí estaba precisamente
mi problema. Pensaba demasiado. Y no podía evitarlo, no podía detener el
caótico frenesí que se había desencadenado en mi mente. Estaba fuera de
control.
Mi angustia llegó a tal punto,
que recurrí al último refugio. Un cálido y brillante asilo que, a su vez, era
mi mayor enemigo: la pantalla de mi teléfono celular. Y, créanlo o no, fue
santo remedio. Me rendí voluntariamente a ella, encontrando calma y consuelo
leyendo la extensa línea de tiempo de Cletter que se había acumulado durante
varios días en que estuvo desatendida. Tanto fue mi alivio, que pronto mis
párpados comenzaron a ceder y, para celebrarlo, me animé a postear la primera
tontería que se me vino a la cabeza:
"Destruido :("
Debo haber dormido casi un día
completo. Me sentía bastante descansado, pero el hervidero de ideas seguía
convulsionando mi cabeza.
Agarré mi teléfono con
sentimientos encontrados. Por una parte, me había servido para aquietar mi
mente el día anterior y esperaba que en ese momento hiciera lo mismo. Pero
también seguía considerándolo una amenaza y tenía que tragarme las ganas de
lanzarlo al inodoro.
Pero todo quedó olvidado cuando
vi lo que tenía para mí parpadeando en la pantalla.
"@dfield entonces, reconstrúyete rápido. No nos queda mucho tiempo"
El mensaje había sido enviado un
minuto después de mi última publicación en la red. Es decir, si de verdad no
había mucho tiempo, yo ya había gastado un día entero haciendo nada.
"@quantumC ¿de qué hablas?"
Pasaron más de quince minutos y
no tuve respuesta alguna. Estaba tan ansioso, que miraba el teléfono cada
treinta segundos. Comenzaba a pensar que había perdido una gran oportunidad.
¿De qué? Aún no lo sabía, pero intuía que era importante. ¿Por qué? ¡No lo
sabía! Solo lo intuía.
Lo bueno es que no había tal
oportunidad perdida. Quiero decir, la oportunidad seguía existiendo, tal como
comprobé cuando leí un mensaje nuevo enviado a través del servicio de
mensajería QuePah:
"Sal a la calle. Trae tu celular".
Hice caso de inmediato. Estaba
oscuro, pero aún no anochecía del todo. Afuera de mi casa me esperaba un auto
con las luces encendidas. Era Quantum C. Subí rápidamente al asiento del
copiloto y noté de inmediato los diodos que tenía adosados a su cabeza, de los
que salían unos cables que seguí con la mirada hasta llegar a una especie de
conmutador, el que, a su vez, se conectaba a su teléfono celular. Me fijé que
la pantalla estaba destruida, pero, aparentemente, el aparato seguía funcionando.
Sin decir nada, conectó otros
dos cables similares al conmutador y los dejó sobre el tablero. Mientras
observaba lo que hacía, mi celular vibró en el bolsillo de mi pantalón.
"Perdona que no te hable, pero tengo algunos trastornos cuando estoy conectado".
Leí extrañado el menaje que
acababa de llegarme, pues era del propio Quantum C, a quien en ningún momento
pude observar escribiendo en su móvil.
Al darse cuenta de mi confusión,
me hizo una señal con la mano para que respondiera.
"¿Cómo...?" fue lo único que atiné a escribir.
"Ya te lo voy a explicar. Primero, ponte esto en la cabeza".
Quantum C me extendió los diodos
sueltos y seguí sus instrucciones.
"Apaga tu teléfono".
Para mi gran sorpresa, recibí su
mensaje directamente en mi cerebro, sin que mediara palabra alguna entre
nosotros. Pensé que podía ser telepatía, pero pronto descubrí que él no leía
mis pensamientos. Más bien se trataba de una especie de menajes de texto enviados
por Quantum C.
Mientras conducía, me miró al
rostro y sonrió.
"Jajajaja, yo tenía la
misma cara la primera vez que me conecté".
Sin saber qué hacer, levanté mis
hombros y mis manos para demostrarle mi confusión.
"Tranquilo, solo estamos
conectados a la Red. Ah, discúlpame por descargarte el QuePah sin tu
autorización, pero necesitaba comunicarme de inmediato contigo, y como ya estás
familiarizado con el programa, me pareció el más adecuado. Si quieres, después
lo puedes desinstalar”.
Seguía sin entender un carajo lo
que estaba pasando. Quería decírselo, pero aún no sabía cómo enviar mensajes
sin un teclado. Intenté hablarle, pero al hacerlo, sentí que mi lengua se movía
ociosa al interior de mi boca, que era incapaz de articular sonidos inteligibles.
Quantum C se limitó a hacerme un
gesto con la mano para que esperara y condujo su automóvil hasta un lugar
oscuro y apartado. Apagó las luces del vehículo y en silencio se quitó los
diodos. Luego me indicó que hiciera lo mismo, retirando primero el que estaba
ubicado en mi sien izquierda.
—Ahora sí —dijo en voz alta—. Lo
siento, no quise abrumarte con todo esto, pero era necesario que lo
experimentaras por ti mismo… y no lo comentaras con nadie.
Creo que yo estaba bastante
asustado y él se dio cuenta, porque me dijo:
—Lo que acabas de experimentar,
fue simplemente una conexión a la Red.
—¿Simple? Esa huevá no tuvo nada
de simple. ¿Y cómo mierda iba a estar conectado…?
Mi pregunta quedó a medias
cuando entendí algo de lo que había sucedido.
—Pero, ¿cómo? —balbuceé.
—Sencillo: mediante una conexión
4G.
—Huevón, contéstame la pregunta.
¿Cómo cresta me conectaste a la Red sin un equipo?
—En rigor, usamos un equipo: mi
teléfono.
—Ya sé —dije comenzando a
alterarme—, pero, por lo que vi, solo proporciona el enlace. No había pantalla,
teclado, nada.
—Cierto —afirmó Quantum C con
serenidad—. Ya no necesitamos nada de eso, ya no necesitamos una interfaz…
porque ahora nosotros somos la interfaz.
De todo lo que dijo, el
exagerado énfasis en la palabra “somos” fue lo que más me perturbó. Sin
embargo, eso no impidió que comenzara a entenderlo. Y, cuando Quantum C se dio
cuenta de eso, se llenó de un entusiasmo desmedido y, por fin, se dio el lujo
de explicarme:
—No me preguntes cómo lo
conseguí, solo sé que lo logré —comenzó a decir con tono apasionado—. Llevo 3
días sin dormir perfeccionando el sistema y, al parecer, valió la pena. Esto
que ves aquí nos permite enlazarnos directamente a la Red sin necesidad de un
terminal externo.
”Comencé con esto cuando
conversamos por primera vez de la tiranía de las pantallas. No te miento, al
principio encontré que era lo más descabellado del mundo y pensé que te habías
vuelto completamente chiflado. Pero, después de eso, empezaron a pasarme cosas
muy extrañas que me convencieron de que lo que me dijiste era cierto. Pasé
semanas partiéndome la cabeza para encontrar una forma de liberarme de ella,
sin necesidad de renunciar a la cantidad casi infinita de información que
contiene la Red. Hasta que, hace unos días atrás, encontré la solución.
Quantum C iba muy rápido y me
costaba seguirle la idea, pero cuando me di cuenta de lo que había conseguido,
atrapó el cien por ciento de mi atención.
—¿Te das cuenta ahora? —me
preguntó.
No respondí de inmediato, quería
digerir bien el concepto para evitar decir alguna estupidez. Finalmente le dije
casi susurrando:
—Asombroso. O estás más chiflado
que yo, o eres un maldito genio.
Sonrió. En realidad era un genio
chiflado. Pero de los buenos.
—¿Cómo lo controlas? —pregunté.
—Parece complejo, pero en realidad
es bastante fácil. Piensa que el contenido de la Red no es más que un conjunto
inmenso de bytes. Información, convertida en paquetes. Habitualmente
necesitamos computadores para procesarla, los que, interconectados, conforman
la Red. Sin embargo, hasta ahora, habíamos obviado el más poderoso de todos.
—El cerebro humano.
—¡Exacto! Su capacidad para
procesar toda esa información es prácticamente ilimitada. Solo faltaba crear el
enlace para conectar el cerebro a la Red.
—Y tú lo conseguiste.
Quantum C alzó los hombros con
un dejo de humildad, aun cuando sabía que lo que había conseguido era tan
revolucionario, o más, que la invención de la rueda y de la máquina de vapor
juntas.
—Al principio puede que te
sientas un poco sobrepasado. Pero, si lo piensas bien, no debiera ser mucho más
complejo que buscar algo con Goobling. Es más, imagina que tu propia mente es
un motor de búsqueda, solo que mucho más preciso, veloz y con acceso ilimitado
a los contenidos más recónditos de la Red.
Sonaba fantástico. Sin embargo,
la sola idea resultaba totalmente abrumadora. En ese momento sentí un intenso
escalofrío y recordé que antes me había dicho que descargó una aplicación sin
mi permiso. Le pregunté a qué se refería.
—Lo único que hice fue descargar
e instalar el programa en tu cabeza. A propósito, luego te voy a enseñar a
crear firewalls.
Abrí mis ojos tanto como pude.
Quantum C había llevado al límite mi capacidad de asombro. Me sentí extenuado y
con ganas de volver a meterme a la cama. Él entendió de inmediato lo que me pasaba,
pues, seguramente, había pasado por lo mismo la primera vez que se conectó. Sin
embargo, antes de llevarme de vuelta a casa, me hizo conectar mi teléfono al
conmutador para respaldar toda su información en mi cabeza. Me dijo que
después, si quería, podía volver a cargarla en un computador o en otro equipo
telefónico, pero él creía que el próximo paso sería desarrollar algún accesorio
que permitiera imprimir o reproducir contenido directamente desde la cabeza del
usuario.
—Toma —me dijo una vez que
terminé el respaldo, pasándome un martillo—. Deshazte de él.
Debo reconocer que me dio un
poco de pena, pero cuando la cabeza metálica golpeó la pantalla, sentí una
intensa sensación de satisfacción. Era mi liberación definitiva de la tiranía
de las pantallas. Ahora solo me quedaba aprender.