lunes, 24 de noviembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XVII

PRIMER ENLACE

Abrumado. El cansancio extremo y la velocidad inusitada con la que las ideas fluían por mi cabeza, me tenían virtualmente destruido. Aun así, me resultaba imposible conciliar el sueño, por más que lo intentara.
Probé de todo: me di un prolongado baño de tina, bebí infusiones de melisa, leche tibia con hojas de naranja, leí los libros más aburridos del mundo... Ni siquiera "Corazón" tuvo ese efecto somnífero que tanto ansiaba. Peor aún, ni siquiera las pastillas para dormir que conseguí lo lograron. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué mierda estaba provocando aquel estado terrible que me llevó al borde de una sobredosis? ¿En qué estaba pensando?
Creo que ahí estaba precisamente mi problema. Pensaba demasiado. Y no podía evitarlo, no podía detener el caótico frenesí que se había desencadenado en mi mente. Estaba fuera de control.
Mi angustia llegó a tal punto, que recurrí al último refugio. Un cálido y brillante asilo que, a su vez, era mi mayor enemigo: la pantalla de mi teléfono celular. Y, créanlo o no, fue santo remedio. Me rendí voluntariamente a ella, encontrando calma y consuelo leyendo la extensa línea de tiempo de Cletter que se había acumulado durante varios días en que estuvo desatendida. Tanto fue mi alivio, que pronto mis párpados comenzaron a ceder y, para celebrarlo, me animé a postear la primera tontería que se me vino a la cabeza:
"Destruido :("
Debo haber dormido casi un día completo. Me sentía bastante descansado, pero el hervidero de ideas seguía convulsionando mi cabeza.
Agarré mi teléfono con sentimientos encontrados. Por una parte, me había servido para aquietar mi mente el día anterior y esperaba que en ese momento hiciera lo mismo. Pero también seguía considerándolo una amenaza y tenía que tragarme las ganas de lanzarlo al inodoro.
Pero todo quedó olvidado cuando vi lo que tenía para mí parpadeando en la pantalla.
"@dfield entonces, reconstrúyete rápido. No nos queda mucho tiempo"
El mensaje había sido enviado un minuto después de mi última publicación en la red. Es decir, si de verdad no había mucho tiempo, yo ya había gastado un día entero haciendo nada.
"@quantumC ¿de qué hablas?"
Pasaron más de quince minutos y no tuve respuesta alguna. Estaba tan ansioso, que miraba el teléfono cada treinta segundos. Comenzaba a pensar que había perdido una gran oportunidad. ¿De qué? Aún no lo sabía, pero intuía que era importante. ¿Por qué? ¡No lo sabía! Solo lo intuía.
Lo bueno es que no había tal oportunidad perdida. Quiero decir, la oportunidad seguía existiendo, tal como comprobé cuando leí un mensaje nuevo enviado a través del servicio de mensajería QuePah:
"Sal a la  calle. Trae tu celular".
Hice caso de inmediato. Estaba oscuro, pero aún no anochecía del todo. Afuera de mi casa me esperaba un auto con las luces encendidas. Era Quantum C. Subí rápidamente al asiento del copiloto y noté de inmediato los diodos que tenía adosados a su cabeza, de los que salían unos cables que seguí con la mirada hasta llegar a una especie de conmutador, el que, a su vez, se conectaba a su teléfono celular. Me fijé que la pantalla estaba destruida, pero, aparentemente, el aparato seguía funcionando.
Sin decir nada, conectó otros dos cables similares al conmutador y los dejó sobre el tablero. Mientras observaba lo que hacía, mi celular vibró en el bolsillo de mi pantalón.
"Perdona que no te hable, pero tengo algunos trastornos cuando estoy conectado".
Leí extrañado el menaje que acababa de llegarme, pues era del propio Quantum C, a quien en ningún momento pude observar escribiendo en su móvil.
Al darse cuenta de mi confusión, me hizo una señal con la mano para que respondiera.
"¿Cómo...?" fue lo único que atiné a escribir.
"Ya te lo voy a explicar. Primero, ponte esto en la cabeza".
Quantum C me extendió los diodos sueltos y seguí sus instrucciones.
"Apaga tu teléfono".
Para mi gran sorpresa, recibí su mensaje directamente en mi cerebro, sin que mediara palabra alguna entre nosotros. Pensé que podía ser telepatía, pero pronto descubrí que él no leía mis pensamientos. Más bien se trataba de una especie de menajes de texto enviados por Quantum C.
Mientras conducía, me miró al rostro y sonrió.
"Jajajaja, yo tenía la misma cara la primera vez que me conecté".
Sin saber qué hacer, levanté mis hombros y mis manos para demostrarle mi confusión.
"Tranquilo, solo estamos conectados a la Red. Ah, discúlpame por descargarte el QuePah sin tu autorización, pero necesitaba comunicarme de inmediato contigo, y como ya estás familiarizado con el programa, me pareció el más adecuado. Si quieres, después lo puedes desinstalar”.
Seguía sin entender un carajo lo que estaba pasando. Quería decírselo, pero aún no sabía cómo enviar mensajes sin un teclado. Intenté hablarle, pero al hacerlo, sentí que mi lengua se movía ociosa al interior de mi boca, que era incapaz de articular sonidos inteligibles.
Quantum C se limitó a hacerme un gesto con la mano para que esperara y condujo su automóvil hasta un lugar oscuro y apartado. Apagó las luces del vehículo y en silencio se quitó los diodos. Luego me indicó que hiciera lo mismo, retirando primero el que estaba ubicado en mi sien izquierda.
—Ahora sí —dijo en voz alta—. Lo siento, no quise abrumarte con todo esto, pero era necesario que lo experimentaras por ti mismo… y no lo comentaras con nadie.
Creo que yo estaba bastante asustado y él se dio cuenta, porque me dijo:
—Lo que acabas de experimentar, fue simplemente una conexión a la Red.
—¿Simple? Esa huevá no tuvo nada de simple. ¿Y cómo mierda iba a estar conectado…?
Mi pregunta quedó a medias cuando entendí algo de lo que había sucedido.
—Pero, ¿cómo? —balbuceé.
—Sencillo: mediante una conexión 4G.
—Huevón, contéstame la pregunta. ¿Cómo cresta me conectaste a la Red sin un equipo?
—En rigor, usamos un equipo: mi teléfono.
—Ya sé —dije comenzando a alterarme—, pero, por lo que vi, solo proporciona el enlace. No había pantalla, teclado, nada.
—Cierto —afirmó Quantum C con serenidad—. Ya no necesitamos nada de eso, ya no necesitamos una interfaz… porque ahora nosotros somos la interfaz.
De todo lo que dijo, el exagerado énfasis en la palabra “somos” fue lo que más me perturbó. Sin embargo, eso no impidió que comenzara a entenderlo. Y, cuando Quantum C se dio cuenta de eso, se llenó de un entusiasmo desmedido y, por fin, se dio el lujo de explicarme:
—No me preguntes cómo lo conseguí, solo sé que lo logré —comenzó a decir con tono apasionado—. Llevo 3 días sin dormir perfeccionando el sistema y, al parecer, valió la pena. Esto que ves aquí nos permite enlazarnos directamente a la Red sin necesidad de un terminal externo.
”Comencé con esto cuando conversamos por primera vez de la tiranía de las pantallas. No te miento, al principio encontré que era lo más descabellado del mundo y pensé que te habías vuelto completamente chiflado. Pero, después de eso, empezaron a pasarme cosas muy extrañas que me convencieron de que lo que me dijiste era cierto. Pasé semanas partiéndome la cabeza para encontrar una forma de liberarme de ella, sin necesidad de renunciar a la cantidad casi infinita de información que contiene la Red. Hasta que, hace unos días atrás, encontré la solución.
Quantum C iba muy rápido y me costaba seguirle la idea, pero cuando me di cuenta de lo que había conseguido, atrapó el cien por ciento de mi atención.
—¿Te das cuenta ahora? —me preguntó.
No respondí de inmediato, quería digerir bien el concepto para evitar decir alguna estupidez. Finalmente le dije casi susurrando:
—Asombroso. O estás más chiflado que yo, o eres un maldito genio.
Sonrió. En realidad era un genio chiflado. Pero de los buenos.
—¿Cómo lo controlas? —pregunté.
—Parece complejo, pero en realidad es bastante fácil. Piensa que el contenido de la Red no es más que un conjunto inmenso de bytes. Información, convertida en paquetes. Habitualmente necesitamos computadores para procesarla, los que, interconectados, conforman la Red. Sin embargo, hasta ahora, habíamos obviado el más poderoso de todos.
—El cerebro humano.
—¡Exacto! Su capacidad para procesar toda esa información es prácticamente ilimitada. Solo faltaba crear el enlace para conectar el cerebro a la Red.
—Y tú lo conseguiste.
Quantum C alzó los hombros con un dejo de humildad, aun cuando sabía que lo que había conseguido era tan revolucionario, o más, que la invención de la rueda y de la máquina de vapor juntas.
—Al principio puede que te sientas un poco sobrepasado. Pero, si lo piensas bien, no debiera ser mucho más complejo que buscar algo con Goobling. Es más, imagina que tu propia mente es un motor de búsqueda, solo que mucho más preciso, veloz y con acceso ilimitado a los contenidos más recónditos de la Red.
Sonaba fantástico. Sin embargo, la sola idea resultaba totalmente abrumadora. En ese momento sentí un intenso escalofrío y recordé que antes me había dicho que descargó una aplicación sin mi permiso. Le pregunté a qué se refería.
—Lo único que hice fue descargar e instalar el programa en tu cabeza. A propósito, luego te voy a enseñar a crear firewalls.
Abrí mis ojos tanto como pude. Quantum C había llevado al límite mi capacidad de asombro. Me sentí extenuado y con ganas de volver a meterme a la cama. Él entendió de inmediato lo que me pasaba, pues, seguramente, había pasado por lo mismo la primera vez que se conectó. Sin embargo, antes de llevarme de vuelta a casa, me hizo conectar mi teléfono al conmutador para respaldar toda su información en mi cabeza. Me dijo que después, si quería, podía volver a cargarla en un computador o en otro equipo telefónico, pero él creía que el próximo paso sería desarrollar algún accesorio que permitiera imprimir o reproducir contenido directamente desde la cabeza del usuario.
—Toma —me dijo una vez que terminé el respaldo, pasándome un martillo—. Deshazte de él.
Debo reconocer que me dio un poco de pena, pero cuando la cabeza metálica golpeó la pantalla, sentí una intensa sensación de satisfacción. Era mi liberación definitiva de la tiranía de las pantallas. Ahora solo me quedaba aprender.


lunes, 10 de noviembre de 2014

si te liberaras de las tiranía de las pantallas? XVI

UNA CITA PARA UN CAFÉ, UN TÉ, UNA CERVEZA… LO QUE SEA

Una mesita al aire libre de cualquier bar de la ciudad era suficiente. Las cartas habían sido enviadas y nadie había dicho que no podría asistir. Lógicamente, quienes confirmaron lo hicieron mediante un mensaje a través del móvil, que era lo más cómodo. Daba lo mismo. Mientras fueran capaces de mantenerlos guardados durante su reunión, daba igual. Quería la experiencia vívida de escuchar las vidas relatadas por sus propios protagonistas. Ver sus rostros y escuchar su tono de voz cuando lo hicieran. Estaba harta de tener que imaginarlo detrás de una pantalla.
Estaba cantada de las relaciones virtuales, es más, para ella no eran relaciones, eran notas marcadas en un posit, pegadas en el escritorio, como si de un recado cualquiera se tratara.
A pesar de ello, era escéptica acerca de lo que había leído en días anteriores. Le costaba creerlo y  le parecía ridícula la idea de que la pantallas lo controlaban todo y a todos. Mal que mal, se trataba únicamente de dispositivos idiotas, desprovistos de toda inteligencia. ¿Cómo iba a ser posible algo tan aberrante?
El único punto flaco de su incredulidad era que lo había leído de alguien de confianza, un amigo que, por cierto, también estaba invitado a la cita. Él solía decir tonteras, pero nunca le había oído algo tan descabellado. Tal vez no era más que una charada o un instante de locura, algún invento de su imaginación, quizá.
En fin, daba lo mismo. Total, de ser cierta aquella historia absurda, ella había sido capaz de burlar a la muerte ("le hice el quite a la pelá", como solía decir) al menos un par de veces, y se había  recuperado satisfactoriamente de un accidente que la dejó como "la biónica". Después de sobrevivir a todo eso, ningún aparato supuestamente tiránico le asustaba mucho.
Con un ánimo desbordante, Katia fue la primera en llegar al bar y, al rato, uno a uno se fueron sumando sus invitados. A medida que iban tomando su lugar en la mesa, Katia les fue pidiendo que trataran de evitar usar sus teléfonos, al menos por un rato. No era una imposición, por supuesto, pero de alguna forma se las arregló para hacerles saber que eso la incomodaría. Quería que toda la atención estuviera puesta en ese instante que esperaba fuera magnífico.
La velada estaba acompañada de una brisa suave y tibia, la luz del sol se atenuaba a medida que el día daba paso al anochecer y la cerveza y los espumantes ayudaban a agudizar el entusiasmo de los presentes. Katia se sentía dichosa, habían llegado casi todos los invitados, salvo uno.
—Sus razones habrá tenido —contestó cuando le preguntaron por él, sin darle mayor importancia al asunto.
En realidad, no le daba tanto lo mismo, le hubiese gustado que todos sus invitados llegaran, pero no se iba a frustrar, pues “no siempre se obtiene todo lo que se quiere”, pensó con una cuota de frustración.
Sin embargo, no iba a dejar que eso menguara su alegría y prefirió olvidarse del asunto. Al menos tanto como pudo, puesto que el destino caprichoso quiso que la jornada terminara de otra forma.
Varias horas habían pasado ya, la noche se había asentado, pero las ganas de pedir otra ronda no se apagaban. Sin embargo, una molesta vibración comenzó a perturbar a Katia. Era de alguien de su mesa, de eso no cabía duda, pero no podía determinar quién era el propietario del móvil que zumbaba. La primera vez que lo sintió, lo dejó pasar e hizo caso omiso de ello, pero la segunda vez se comenzó a irritar.
Los zumbidos continuaron a intervalos irregulares, pero nadie movió un dedo por sacar su teléfono y revisarlo para comprobar quien se atrevía a interrumpir la velada. Katia pensó que se trataba de un bonito gesto de parte de sus acompañantes, que, pese a la insistencia del idiota que estaba del otro lado de la línea, respetaban su solicitud de evitar el uso de los móviles.
El único inconveniente radicaba en que la persistente vibración estaba exasperándola, al límite de ponerla de mal humor.
—Oye —dijo enfadada dirigiéndose a los presentes—, ¿a quién huevean tanto por celular?
Todos la quedaron mirando un poco extrañados por su actitud, acompañados por un breve instante de incómodo silencio. Hasta que una de sus amigas le dijo:
—Katia... el celular que vibra... es el tuyo.
Las carcajadas no se dejaron esperar, llevando a algunos al borde de las lágrimas. Katia, a quien las mejillas se le habían sonrosado por una mezcla de rabia y vergüenza, también reía, pero en el fondo se sentía terriblemente ridícula. Se puso de pie y se alejó unos metros de la mesa, con la idea de lanzar lejos su teléfono, para ver quién estaba arruinándole la noche. Era su amigo, el comensal que faltaba.
En la pantalla del móvil había un sinnúmero de notificaciones del servicio de mensajería y, al abrirla, lo único que se leía era su nombre que se repetía hasta el cansancio. Pero, para su sorpresa, en cuanto llegó al final de la enorme lista de mensajes, de inmediato llegó uno nuevo:
“Katia, el tiempo apremia. Vamos por ti”.
—¿De qué está hablando este huevón? —susurró al leerlo.
Un bocinazo desvió su atención y, al levantar la cabeza, vio que desde un automóvil estacionado le hacían señales con las luces.
“Te estamos esperando. Deja tu teléfono y ven con nosotros”.
“¿Por qué?” —preguntó ella curiosa.
“Porque eso que estás sintiendo ahora… ¿es real?”.