SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
PLANTARÍA
Pasaban
de las tres de la tarde. El turno era tan aburrido como todos los de aquella
primera semana. Más allá de las paredes subterráneas del Centro, el Astro Rey
brillaba en todo su radiante esplendor, pero a Roberto no le quedaba más que
contentarse con la luz artificial del Área Médica. Le resultaba ridículo tener
que quedarse allí, sin hacer nada más que mirarse las caras con Javier, su
aprendiz y asistente, cuando en la superficie había tanto por hacer. Pero como
el único médico de la expedición, era su deber permanecer atento ante cualquier
contingencia que pudiera surgir.
Tal
como estaban las cosas, habría preferido quedarse en el Asentamiento junto a su
pareja y sus hijas. ¡Oh, cuanto las extrañaba! Pero cuando se unió al grupo de
terraformadores, pensó que su trabajo y su vida cobrarían un nuevo sentido,
pues él iba a contribuir a que, tal vez no sus chicas, pero si su descendencia,
pudieran pasear libremente por el exterior. Y no era así.
—Doctor,
voy por un café —dijo Javier quitando la vista de un gordo libro de medicina—,
¿se le ofrece alguna cosa?
—No,
muchas gracias.
Era
un buen muchacho. Entusiasta y con ganas de aprender. Pero Roberto presentía
que el aburrimiento tarde o temprano terminaría por desmotivarlo... igual que a
él. "¡No!" se dijo a sí mismo. Él no era así. No podía ser que se
dejara llevar por la monotonía del lugar. Había algo que él quería hacer más
que nada en el mundo y tenía muy claro que, cuando algo se le metía en la
cabeza, siempre, pero siempre, era capaz de encontrar la forma de llevarlo a
cabo. Y ésta no sería la excepción.
—¡Javier!
—exclamó—. Voy a subir.
—Pero,
doctor —respondió el asistente desde una sala contigua—, ¿y si algo se
presenta?
—Confío
en que sabrás resolverlo. Y si no, me buscas.
—¿Y
dónde lo encuentro?
—Haciendo
lo que vine a hacer: plantando.
Roberto
sintió tal satisfacción al decirlo, que supo de inmediato que nada ni nadie le
impediría tomar una palita, enterrarla en suelo fértil, y colocar allí la
semilla del futuro. Era su anhelo, era exactamente lo que quería hacer con su
vida.
El
elevador no tardó en recorrer las tres plantas que separaban el Área Médica de
la superficie. Al salir, ante su vista se extendió el inmenso domo geodésico,
bastión del deseo terraformador de los seres humanos. La atmósfera de su
interior era un nivel intermedio entre el ambiente habitable por el hombre y el
aire nocivo del exterior. Para ingresar al domo era necesario emplear trajes
especiales capaces de reciclar el aire y el agua del cuerpo humano. Las
condiciones de trabajo no eran las mejores, pero las personas que se empeñaban
en la labor de dotar al domo de un medio apto para la vida humana eran verdaderos
héroes y heroínas.
Pero
Roberto no buscaba ningún tipo de reconocimiento, él sólo quería volver a
sentir la tierra en sus manos, bajo sus pies, ante sus ojos, quería sentir la
dicha de dar inicio a la vida que brotaría desde allí y que haría posible que
el ser humano pudiese salir al mundo exterior y pasear por él sin necesidad de
máscaras.
El
médico tardó varios minutos en la cámara de acceso al domo, intentado encontrar
un traje de su talla, pero aparentemente todos estaban siendo utilizados en ese
momento. Le llamó la atención que, pese a la ausencia de trajes auxiliares, no
hubiera urgencias médicas por la exposición al aire tóxico del domo. Bastaba un
pinchazo para que se colaran en su interior los gases nocivos, pero todo
parecía indicar que éstos eran más confiables de lo que cabía imaginar. Por
supuesto, Roberto no iba a permitir que eso fuera un impedimento y recorrió
todo el lugar con la esperanza de hallar algo que le permitiera circular en
forma segura por la zona de cultivo. Hasta que finalmente lo encontró. Era un
traje más pequeño, en el que no entraría de ninguna forma, pero tomando el
casco, la mascarilla, las mangueras, algunas bolsas de nylon y un poco de cinta
adhesiva, podría hacerse con un buen sustituto.
Tardó
varios minutos en completar su versión de un traje de sobrevivencia, pero
cuando estuvo listo, creyó que nada tendría que envidiarle a uno auténtico. Se
lo calzó de prisa y probó que todos los sistema de purificación estuvieran
funcionando y que no hubiese filtraciones. Hasta allí, todo iba perfecto, sólo
le faltaba una pala y estaría listo para entrar al domo.
La
cámara interior daba a una esclusa hermética, donde el grupo de terraformadores
debía tomar una ducha descontaminante antes de poder sacarse los trajes cuando
regresaban del domo. Además, previo a ingresar a la cámara, la esclusa se
vaciaba de todos los gases que ingresaban desde el interior del domo y se
renovaba con aire puro, para igualar las condiciones ambientales adecuadas para
el ser humano. Roberto esperó pacientemente a que se llevara a cabo todo el
proceso e ingresó triunfalmente a la imponente estructura. Aparentemente su
presencia no llamó mucho la atención, a pesar de las peculiaridades de su
traje, pues todo el mundo ser encontraba muy afanado en sus labores de cultivo.
Para
pasar los más desapercibido posible, Roberto buscó un lugar apartado del resto
del grupo, mientras recorría con la mirada el paisaje que se hallaba más allá
del domo. Un frío intenso le recorrió la espalda al ver tan próximo el exterior
y percibirlo tan inhóspito, tan abandonado. Recordó un tiempo anterior, un
pasado muy lejano ya, cuando todo eso estaba lleno de vida. Allá afuera los
vestigios de una vieja cerca le trajeron a la memoria aquellos años en que él personalmente
cultivaba esa misma tierra con sus propias manos.
Abandonando
el dolor que la escena le provocaba, se arrodilló y sostuvo su pala con
determinación, hundiéndolo sobre la tierra húmeda y extrajo varios puñados que
amontonó alrededor. Luego sacó del estuche de su traje unas semillas que había
metido de "contrabando" y las depositó con delicadeza en el agujero.
Con una fe ciega cubrió de tierra los pequeños granos y deseó con fervor que
bajo ese suelo fértil volvieran a crecer los árboles que habían dado vida a aquel
lugar que en otro tiempo fuese, no sólo su hogar, sino el de toda la humanidad.
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