miércoles, 17 de julio de 2013

si no tuvieras que vivir para trabajar? I

SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
PLANTARÍA

                Pasaban de las tres de la tarde. El turno era tan aburrido como todos los de aquella primera semana. Más allá de las paredes subterráneas del Centro, el Astro Rey brillaba en todo su radiante esplendor, pero a Roberto no le quedaba más que contentarse con la luz artificial del Área Médica. Le resultaba ridículo tener que quedarse allí, sin hacer nada más que mirarse las caras con Javier, su aprendiz y asistente, cuando en la superficie había tanto por hacer. Pero como el único médico de la expedición, era su deber permanecer atento ante cualquier contingencia que pudiera surgir.
                Tal como estaban las cosas, habría preferido quedarse en el Asentamiento junto a su pareja y sus hijas. ¡Oh, cuanto las extrañaba! Pero cuando se unió al grupo de terraformadores, pensó que su trabajo y su vida cobrarían un nuevo sentido, pues él iba a contribuir a que, tal vez no sus chicas, pero si su descendencia, pudieran pasear libremente por el exterior. Y no era así.
                —Doctor, voy por un café —dijo Javier quitando la vista de un gordo libro de medicina—, ¿se le ofrece alguna cosa?
                —No, muchas gracias.
                Era un buen muchacho. Entusiasta y con ganas de aprender. Pero Roberto presentía que el aburrimiento tarde o temprano terminaría por desmotivarlo... igual que a él. "¡No!" se dijo a sí mismo. Él no era así. No podía ser que se dejara llevar por la monotonía del lugar. Había algo que él quería hacer más que nada en el mundo y tenía muy claro que, cuando algo se le metía en la cabeza, siempre, pero siempre, era capaz de encontrar la forma de llevarlo a cabo. Y ésta no sería la excepción.
                —¡Javier! —exclamó—. Voy a subir.
                —Pero, doctor —respondió el asistente desde una sala contigua—, ¿y si algo se presenta?
                —Confío en que sabrás resolverlo. Y si no, me buscas.
                —¿Y dónde lo encuentro?
                —Haciendo lo que vine a hacer: plantando.
                Roberto sintió tal satisfacción al decirlo, que supo de inmediato que nada ni nadie le impediría tomar una palita, enterrarla en suelo fértil, y colocar allí la semilla del futuro. Era su anhelo, era exactamente lo que quería hacer con su vida.
                El elevador no tardó en recorrer las tres plantas que separaban el Área Médica de la superficie. Al salir, ante su vista se extendió el inmenso domo geodésico, bastión del deseo terraformador de los seres humanos. La atmósfera de su interior era un nivel intermedio entre el ambiente habitable por el hombre y el aire nocivo del exterior. Para ingresar al domo era necesario emplear trajes especiales capaces de reciclar el aire y el agua del cuerpo humano. Las condiciones de trabajo no eran las mejores, pero las personas que se empeñaban en la labor de dotar al domo de un medio apto para la vida humana eran verdaderos héroes y heroínas.
                Pero Roberto no buscaba ningún tipo de reconocimiento, él sólo quería volver a sentir la tierra en sus manos, bajo sus pies, ante sus ojos, quería sentir la dicha de dar inicio a la vida que brotaría desde allí y que haría posible que el ser humano pudiese salir al mundo exterior y pasear por él sin necesidad de máscaras.
                El médico tardó varios minutos en la cámara de acceso al domo, intentado encontrar un traje de su talla, pero aparentemente todos estaban siendo utilizados en ese momento. Le llamó la atención que, pese a la ausencia de trajes auxiliares, no hubiera urgencias médicas por la exposición al aire tóxico del domo. Bastaba un pinchazo para que se colaran en su interior los gases nocivos, pero todo parecía indicar que éstos eran más confiables de lo que cabía imaginar. Por supuesto, Roberto no iba a permitir que eso fuera un impedimento y recorrió todo el lugar con la esperanza de hallar algo que le permitiera circular en forma segura por la zona de cultivo. Hasta que finalmente lo encontró. Era un traje más pequeño, en el que no entraría de ninguna forma, pero tomando el casco, la mascarilla, las mangueras, algunas bolsas de nylon y un poco de cinta adhesiva, podría hacerse con un buen sustituto.
                Tardó varios minutos en completar su versión de un traje de sobrevivencia, pero cuando estuvo listo, creyó que nada tendría que envidiarle a uno auténtico. Se lo calzó de prisa y probó que todos los sistema de purificación estuvieran funcionando y que no hubiese filtraciones. Hasta allí, todo iba perfecto, sólo le faltaba una pala y estaría listo para entrar al domo.
                La cámara interior daba a una esclusa hermética, donde el grupo de terraformadores debía tomar una ducha descontaminante antes de poder sacarse los trajes cuando regresaban del domo. Además, previo a ingresar a la cámara, la esclusa se vaciaba de todos los gases que ingresaban desde el interior del domo y se renovaba con aire puro, para igualar las condiciones ambientales adecuadas para el ser humano. Roberto esperó pacientemente a que se llevara a cabo todo el proceso e ingresó triunfalmente a la imponente estructura. Aparentemente su presencia no llamó mucho la atención, a pesar de las peculiaridades de su traje, pues todo el mundo ser encontraba muy afanado en sus labores de cultivo.
                Para pasar los más desapercibido posible, Roberto buscó un lugar apartado del resto del grupo, mientras recorría con la mirada el paisaje que se hallaba más allá del domo. Un frío intenso le recorrió la espalda al ver tan próximo el exterior y percibirlo tan inhóspito, tan abandonado. Recordó un tiempo anterior, un pasado muy lejano ya, cuando todo eso estaba lleno de vida. Allá afuera los vestigios de una vieja cerca le trajeron a la memoria aquellos años en que él personalmente cultivaba esa misma tierra con sus propias manos.
            Abandonando el dolor que la escena le provocaba, se arrodilló y sostuvo su pala con determinación, hundiéndolo sobre la tierra húmeda y extrajo varios puñados que amontonó alrededor. Luego sacó del estuche de su traje unas semillas que había metido de "contrabando" y las depositó con delicadeza en el agujero. Con una fe ciega cubrió de tierra los pequeños granos y deseó con fervor que bajo ese suelo fértil volvieran a crecer los árboles que habían dado vida a aquel lugar que en otro tiempo fuese, no sólo su hogar, sino el de toda la humanidad.

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