martes, 24 de septiembre de 2013

si no tuvieras que vivir para trabajar? IV

SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
LEERÍA LOS LIBROS QUE TENGO PENDIENTES…
Y APRENDERÍA A COCINAR

—¡Ah, cresta! —exclamó Natalia, al sentir el olor a humo que salía de la cocina.
     Era la tercera vez en la semana que quemaba la cena y su hijo ya estaba empezando a reclamar por tener que comer otra vez comida envasada. A ella le habría encantado poder prepararle una cena que pudiera disfrutar de verdad, pero tenía tantas cosas que hacer, que no podía dedicarle mucho tiempo a aprender a cocinar como quería. Ese día, no le quedó otro remedio más que volver a abrir una lata de comida deshidratada, agregarle un poco de agua y meterla al horno microondas.
       Al siguiente día, temprano por la mañana, mientras se dirigía en su camioneta rumbo a la clínica, recordó su frustrado intento culinario de la noche anterior y se dio cuenta de que no se trataba de un simple capricho. Estaba tan consumida por su trabajo y por sus labores domésticas, que en realidad no le alcanzaban las horas del día para aprender a hacer cosas nuevas, salir con sus amigos o, simplemente, no hacer nada, si se le daba la regalada gana.
       Tan perdida estuvo en sus pensamientos, que no se dio cuenta de cuándo llegó a la clínica y que el vehículo estaba esperando a que descendiera para poder ir a estacionarse. Con un dejo de apatía, Natalia se bajó de la camioneta y la vio alejarse, preguntándose por primera vez dónde iría a parar cuando ella no estaba abordo. Entonces se percató de que había tantas cosas que ignoraba, pero que, pese a que despertaban su curiosidad, no tenía tiempo para intentar comprenderlas.
         Repentinamente el desgano se apoderó de ella y, si había tenido ganas de trabajar aquel día, por culpa de aquellos pensamientos, éstas se esfumaron. Entró a la clínica arrastrando los pies, deseando estar de regreso en la comodidad de su cama, pero aceptó con resignación el hecho de aguantar varias horas antes de poder volver a ella.
        Natalia notó con cierta molestia que el primer paciente de la mañana ya esperaba a ser atendido. Pese a su estado de ánimo, lo recibió con su sonrisa habitual, lo invitó a pasar a la habitación y le ayudó a acomodarse en el sillón. Se trataba de un niño tembloroso, que se notaba un poco asustado de ver tanto instrumental siniestro rodeándolo, pero que se calmó rápidamente cuando Natalia le tomó la mano y le dijo:
       —Tranquilo, no vamos a usar nada de esto.
       Sentándose junto al sillón, acercó una mesita sobre cuya superficie había un busto metálico.
       —Te presento a TITO. Él va a ser nuestro ayudante.
     TITO (Teeth Instrumental Orthodontics) era un robot especializado que permitía simular la cavidad bucal del paciente, para la fabricación de piezas de ortodoncia. Mediante la aplicación de un gel inteligente, la boca del robot replicaba con gran exactitud la de la persona a tratar, con lo que se conseguía la elaboración de aparatos optimizados para sus necesidades particulares. Además de ello, el robot podía gesticular como si hablara y simular situaciones cotidianas como comer, aspirar aire o silbar.
     La dentadura del muchacho era un verdadero desafío, pero gracias a la ayuda de Tito todo resultaba mucho más sencillo. La única parte desagradable para el pequeño paciente, fue tener que aguantar el gel frío dentro de su boca, que le provocó un par de arcadas. Pero, pese a las molestias, el niño pudo retirarse tranquilamente no más de 10 minutos después, emocionado por haber visto funcionar al robot.
     La sonrisa satisfecha del niño le dio un poco de entusiasmo a la desanimada mañana de Natalia. En realidad, le gustaba hacer lo que hacía, pero le fastidiaba profundamente el tiempo que le demandaba cada día y cada semana. Estaba cansada de esa rutina molesta, viendo boca tras boca, hora tras hora, muchas veces pasando largo períodos de tiempo sin decir más que “buenos días”, sin poder compartir algo más interesante para conversar. En fin, así era su trabajo.
       Antes de hacer pasar al siguiente paciente, se sentó en su banquillo y miró fijamente a TITO, cuya boca seguía siendo la réplica del anterior.
       —Sonríe —le ordenó.
      Mecánicamente en el rostro del aparato se dibujó una mueca muy similar a la sonrisa del niño. Natalia soltó un largo suspiro y pensó en lo grandioso que sería que el robot pudiera hablar. No esos gestos graciosos que hacía para simular una conversación, sino que realmente pudiera comunicarse. Entonces, repentinamente, una voz sintetizada la provocó un enorme sobresalto, que por poco le hace botar el instrumental que tenía a la mano.
        —Si quiere que hable, no tiene más que pedírmelo.
      Natalia miró a TITO totalmente incrédula. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Llevaba más de dos años trabajando con el robot y, en todo ese tiempo, éste no había emitido sonido alguno. Luego, una vez superada la sorpresa inicial, fue más allá y se preguntó si acaso la máquina le había leído el pensamiento.
       —¿Cómo es posible…?
       —¿Qué supiera lo que está pensado? No lo sé, sólo lo intuí.
        “¿Lo intuyó? ¿Pueden hacer eso los robots?”, se preguntó Natalia, al tiempo que se ponía de pie para mirar alrededor. Aquello bien podría tratarse de una broma. Tal fue la impresión, que miró en todas las direcciones, como si buscara alguna cámara de video.
         —Tranquila, nada de esto es real dijo el robot.
         —¿A qué te refieres?
     —Lo que está ocurriendo no es más que producto de su imaginación. Está tan aburrida, que ha empezado a desvariar.
     Natalia no estaba segura de que fuera un desvarío, pues aquello parecía ser muy real. Pero sería interesante seguirle el juego a TITO.
        —¿Cómo puedo saber que me estoy imaginando esta locura? —le preguntó.
       —Fácil: en primer lugar, los robots carecemos de intuición (todo el mundo lo sabe). Y, segundo, ¿cómo podría saber yo que lleva horas preguntándose qué haría si no tuviera que vivir para trabajar?
       Un gesto de duda se dibujó en el rostro de la mujer, pues no recordaba haberse planteado algo así, pero el robot se oía demasiado sensato como para no creerle.
         —¿Quiere otra prueba? ¿Cuántos libros tiene pendientes de leer porque no le alcanza el tiempo para hacerlo?
         Eso sí que era cierto, la pequeña biblioteca de su casa tenía un montón de textos apilados esperando a ser leídos, pero siempre había tenido que postergarlos por tener otras cosas más importantes que hacer. Pero entonces, ¿cuándo tendría tiempo para ella? ¿Cuándo iba a poder aprender a cocinar, si siempre, pero siempre tenía cosas más importantes para hacer?
       —Creo que ya lo tiene —dijo el robot interrumpiendo su meditación—. La vida no es sólo trabajar. También es vivir.
         —¡Tienes razón, TITO! —exclamó Natalia con entusiasmo—. Merezco tener un tiempo que sea sólo para mí.
        Con alegría renovada, la mujer se puso de pie de un brinco dispuesta a darle un gran abrazo al robot, pero cuando lo iba a hacer, el timbre del comunicador desvió su atención. Seguro llamaban para avisarle que el siguiente paciente esperaba. Un poco más serena, se volteó para darle las gracias a TITO, pero el robot había vuelto a ser la máquina inerte y sin vida de siempre. Sin embargo, seguía replicando la sonrisa de aquel niño, ese gesto inconfundible que había detonado esa jugarreta de su imaginación, que le llevó a un breve recorrido por un rincón desconocido de su alma.


      —Gracias —susurró acariciando la fría cabeza de TITO, a quien ya no vería más como un instrumento, sino como a un compañero. Un confiable y silencioso compañero.

martes, 3 de septiembre de 2013

si no tuvieras que vivir para trabajar? III

SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
VIVIRÍA LA VIDA QUE VIVO

El ingreso a la atmósfera fue mucho más agitado de lo que Silvia había imaginado. Le habían prometido que el viaje sería muy cómodo y seguro, pero esto estaba bien lejos de aquella promesa. Entre tanto movimiento, su imaginación le pasó una absurda mala pasada y pensó que, en caso de ocurrir algún lamentable accidente, se perderían las horas en material de trabajo  que había capturado en audio e imágenes durante su estancia en la estación. La idea cruzó en forma fugaz los confines de su mente y, cuando terminó, se dio cuenta de que sus prioridades estaban muy mal establecidas.
Una risa nerviosa escapó por su boca. Era un acto que combinaba el temor que estaba sintiendo y una burla camuflada de sí misma, que no logró disimular, pero que fue imperceptible para el resto de los pasajeros.
Cuando las sacudidas acabaron, Silvia estaba tiesa, aferrada con todas sus fuerzas a los apoya brazos de su asiento. Había viajado incontables veces, pero nunca había sentido una turbulencia como aquella. Si incluso llegó a pensar que la nave se desarmaría a causa de la vibración y que las consecuencias serían nefastas para su trabajo. Pero lo peor ya había pasado y el alma le volvería poco a poco al cuerpo.
Ya con la mente más despejada, ésta comenzó a divagar y entró en reflexiones motivadas por esta suerte de “experiencia cercana a la muerte”, como exageradamente la bautizó. Y una pregunta le inquietó más que cualquier otra cosa: ¿por qué había temido más perder su trabajo, que su propia vida? Era cierto que había pasado varios días haciendo entrevistas, hojeando documentos, tomando fotos, etcétera; todo ello bajo dificultosas condiciones, como la ingravidez, la iluminación, la horrible comida de astronauta… En fin, no había sido fácil, pero sentía que lo que llevaba en su equipaje era maravilloso y ansiaba poder compartirlo cuanto antes con el mundo.
¿Era su trabajo tan valioso que merecía más preocupación que su vida? Cierto era que las agencias espaciales del mundo estaban llenas de imágenes similares a las que Silvia llevaba, pero para ella las suyas tenían más vida, no eran simples fotografías de una estrella, un planeta, o su satélite. No ella había capturado la esencia del hogar universal de la humanidad y lo había complementado con el relato de mujeres y hombres que trabajaban a diario en ampliarlo, con esmero y dedicación, pese a las evidentes dificultades que debían enfrentar.
Ciertamente, perder todo aquel preciado material habría sido catastrófico. Sin embargo, éste no estaba listo para ser exhibido al público, y editarlo para obtener el excelente reportaje que vislumbraba, que bien sabía le iba a costar lo suyo. Y buena parte de sus recursos se habían ido en hacer ese viaje, así que, al tocar tierra, se vería enfrentada a la necesidad de conseguir algún apoyo para producirlo. ¿Acaso ello no le restaba valor a todo ese trabajo?
Tal vez había ido demasiado lejos en su vida y quizá por eso apreciaba más otras cosas que su integridad física. Desde que decidió vivir alejada de su tierra natal, de su familia, ausente en las fechas importantes, el trabajo se había transformado en parte esencial de su vida. Y no es que hubiera olvidado sus afectos, todo lo contrario, estos era aún más intensos, a pesar de las distancias, de los innumerables viajes y de las incontables pellejerías. Pero es que ella amaba lo que hacía, disfrutaba con pasión su trabajo y lo que más ansiaba era poder compartirlo con el mundo entero.
Entonces, no resultaba tan descabellado lo que había pensado durante los minutos de terror que le significó el reingreso a la atmósfera terrestre. No era su trabajo lo que había temido perder, sino que ese trozo de su vida, en el que había puesto toda su alma y empeño. No eran las fotos de los glaciares, de los desiertos, de los océanos y de la aurora boreal lo que extrañaría, sino el recuerdo de aquella sensación de asombro ante tanta maravilla y belleza reunidos en una sola imagen.
Cuando la nave aterrizó en el puerto espacial ubicado a las afueras de París, Silvia todavía seguía perdida en sus cavilaciones, sintiendo que estas avanzaban justamente en el sentido correcto. “¿Qué importa vivir para trabajar —se preguntó—, si mi trabajo me permite vivir la vida que vivo?”
Al volver a pisar el suelo firme de su querido planeta Tierra y llenar de aire fresco sus pulmones, Silvia sintió una innegable sensación de satisfacción. Redescubrió el encanto de vivir y sentirse plena con cada cosa que hacía. Llevaba la vida que quería, de eso no había duda. Podía ser que llevara una vida al 3 y al 4, sin seguridad alguna, pero con mucha libertad… Impagable libertad.