martes, 3 de septiembre de 2013

si no tuvieras que vivir para trabajar? III

SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
VIVIRÍA LA VIDA QUE VIVO

El ingreso a la atmósfera fue mucho más agitado de lo que Silvia había imaginado. Le habían prometido que el viaje sería muy cómodo y seguro, pero esto estaba bien lejos de aquella promesa. Entre tanto movimiento, su imaginación le pasó una absurda mala pasada y pensó que, en caso de ocurrir algún lamentable accidente, se perderían las horas en material de trabajo  que había capturado en audio e imágenes durante su estancia en la estación. La idea cruzó en forma fugaz los confines de su mente y, cuando terminó, se dio cuenta de que sus prioridades estaban muy mal establecidas.
Una risa nerviosa escapó por su boca. Era un acto que combinaba el temor que estaba sintiendo y una burla camuflada de sí misma, que no logró disimular, pero que fue imperceptible para el resto de los pasajeros.
Cuando las sacudidas acabaron, Silvia estaba tiesa, aferrada con todas sus fuerzas a los apoya brazos de su asiento. Había viajado incontables veces, pero nunca había sentido una turbulencia como aquella. Si incluso llegó a pensar que la nave se desarmaría a causa de la vibración y que las consecuencias serían nefastas para su trabajo. Pero lo peor ya había pasado y el alma le volvería poco a poco al cuerpo.
Ya con la mente más despejada, ésta comenzó a divagar y entró en reflexiones motivadas por esta suerte de “experiencia cercana a la muerte”, como exageradamente la bautizó. Y una pregunta le inquietó más que cualquier otra cosa: ¿por qué había temido más perder su trabajo, que su propia vida? Era cierto que había pasado varios días haciendo entrevistas, hojeando documentos, tomando fotos, etcétera; todo ello bajo dificultosas condiciones, como la ingravidez, la iluminación, la horrible comida de astronauta… En fin, no había sido fácil, pero sentía que lo que llevaba en su equipaje era maravilloso y ansiaba poder compartirlo cuanto antes con el mundo.
¿Era su trabajo tan valioso que merecía más preocupación que su vida? Cierto era que las agencias espaciales del mundo estaban llenas de imágenes similares a las que Silvia llevaba, pero para ella las suyas tenían más vida, no eran simples fotografías de una estrella, un planeta, o su satélite. No ella había capturado la esencia del hogar universal de la humanidad y lo había complementado con el relato de mujeres y hombres que trabajaban a diario en ampliarlo, con esmero y dedicación, pese a las evidentes dificultades que debían enfrentar.
Ciertamente, perder todo aquel preciado material habría sido catastrófico. Sin embargo, éste no estaba listo para ser exhibido al público, y editarlo para obtener el excelente reportaje que vislumbraba, que bien sabía le iba a costar lo suyo. Y buena parte de sus recursos se habían ido en hacer ese viaje, así que, al tocar tierra, se vería enfrentada a la necesidad de conseguir algún apoyo para producirlo. ¿Acaso ello no le restaba valor a todo ese trabajo?
Tal vez había ido demasiado lejos en su vida y quizá por eso apreciaba más otras cosas que su integridad física. Desde que decidió vivir alejada de su tierra natal, de su familia, ausente en las fechas importantes, el trabajo se había transformado en parte esencial de su vida. Y no es que hubiera olvidado sus afectos, todo lo contrario, estos era aún más intensos, a pesar de las distancias, de los innumerables viajes y de las incontables pellejerías. Pero es que ella amaba lo que hacía, disfrutaba con pasión su trabajo y lo que más ansiaba era poder compartirlo con el mundo entero.
Entonces, no resultaba tan descabellado lo que había pensado durante los minutos de terror que le significó el reingreso a la atmósfera terrestre. No era su trabajo lo que había temido perder, sino que ese trozo de su vida, en el que había puesto toda su alma y empeño. No eran las fotos de los glaciares, de los desiertos, de los océanos y de la aurora boreal lo que extrañaría, sino el recuerdo de aquella sensación de asombro ante tanta maravilla y belleza reunidos en una sola imagen.
Cuando la nave aterrizó en el puerto espacial ubicado a las afueras de París, Silvia todavía seguía perdida en sus cavilaciones, sintiendo que estas avanzaban justamente en el sentido correcto. “¿Qué importa vivir para trabajar —se preguntó—, si mi trabajo me permite vivir la vida que vivo?”
Al volver a pisar el suelo firme de su querido planeta Tierra y llenar de aire fresco sus pulmones, Silvia sintió una innegable sensación de satisfacción. Redescubrió el encanto de vivir y sentirse plena con cada cosa que hacía. Llevaba la vida que quería, de eso no había duda. Podía ser que llevara una vida al 3 y al 4, sin seguridad alguna, pero con mucha libertad… Impagable libertad.


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