SI NO TUVIERA QUE VIVIR PARA TRABAJAR,
VIVIRÍA LA VIDA QUE VIVO
VIVIRÍA LA VIDA QUE VIVO
El ingreso a la atmósfera fue
mucho más agitado de lo que Silvia había imaginado. Le habían prometido que el
viaje sería muy cómodo y seguro, pero esto estaba bien lejos de aquella
promesa. Entre tanto movimiento, su imaginación le pasó una absurda mala pasada
y pensó que, en caso de ocurrir algún lamentable accidente, se perderían las
horas en material de trabajo que había
capturado en audio e imágenes durante su estancia en la estación. La idea cruzó
en forma fugaz los confines de su mente y, cuando terminó, se dio cuenta de que
sus prioridades estaban muy mal establecidas.
Una risa nerviosa escapó por su
boca. Era un acto que combinaba el temor que estaba sintiendo y una burla
camuflada de sí misma, que no logró disimular, pero que fue imperceptible para
el resto de los pasajeros.
Cuando las sacudidas acabaron,
Silvia estaba tiesa, aferrada con todas sus fuerzas a los apoya brazos de su
asiento. Había viajado incontables veces, pero nunca había sentido una
turbulencia como aquella. Si incluso llegó a pensar que la nave se desarmaría a
causa de la vibración y que las consecuencias serían nefastas para su trabajo.
Pero lo peor ya había pasado y el alma le volvería poco a poco al cuerpo.
Ya con la mente más despejada,
ésta comenzó a divagar y entró en reflexiones motivadas por esta suerte de
“experiencia cercana a la muerte”, como exageradamente la bautizó. Y una
pregunta le inquietó más que cualquier otra cosa: ¿por qué había temido más
perder su trabajo, que su propia vida? Era cierto que había pasado varios días
haciendo entrevistas, hojeando documentos, tomando fotos, etcétera; todo ello
bajo dificultosas condiciones, como la ingravidez, la iluminación, la horrible
comida de astronauta… En fin, no había sido fácil, pero sentía que lo que
llevaba en su equipaje era maravilloso y ansiaba poder compartirlo cuanto antes
con el mundo.
¿Era su trabajo tan valioso que
merecía más preocupación que su vida? Cierto era que las agencias espaciales
del mundo estaban llenas de imágenes similares a las que Silvia llevaba, pero
para ella las suyas tenían más vida, no eran simples fotografías de una
estrella, un planeta, o su satélite. No ella había capturado la esencia del
hogar universal de la humanidad y lo había complementado con el relato de
mujeres y hombres que trabajaban a diario en ampliarlo, con esmero y
dedicación, pese a las evidentes dificultades que debían enfrentar.
Ciertamente, perder todo aquel
preciado material habría sido catastrófico. Sin embargo, éste no estaba listo
para ser exhibido al público, y editarlo para obtener el excelente reportaje
que vislumbraba, que bien sabía le iba a costar lo suyo. Y buena parte de sus
recursos se habían ido en hacer ese viaje, así que, al tocar tierra, se vería
enfrentada a la necesidad de conseguir algún apoyo para producirlo. ¿Acaso ello
no le restaba valor a todo ese trabajo?
Tal vez había ido demasiado lejos
en su vida y quizá por eso apreciaba más otras cosas que su integridad física. Desde
que decidió vivir alejada de su tierra natal, de su familia, ausente en las
fechas importantes, el trabajo se había transformado en parte esencial de su
vida. Y no es que hubiera olvidado sus afectos, todo lo contrario, estos era
aún más intensos, a pesar de las distancias, de los innumerables viajes y de
las incontables pellejerías. Pero es que ella amaba lo que hacía, disfrutaba
con pasión su trabajo y lo que más ansiaba era poder compartirlo con el mundo
entero.
Entonces, no resultaba tan
descabellado lo que había pensado durante los minutos de terror que le
significó el reingreso a la atmósfera terrestre. No era su trabajo lo que había
temido perder, sino que ese trozo de su vida, en el que había puesto toda su
alma y empeño. No eran las fotos de los glaciares, de los desiertos, de los
océanos y de la aurora boreal lo que extrañaría, sino el recuerdo de aquella
sensación de asombro ante tanta maravilla y belleza reunidos en una sola
imagen.
Cuando la nave aterrizó en el
puerto espacial ubicado a las afueras de París, Silvia todavía seguía perdida
en sus cavilaciones, sintiendo que estas avanzaban justamente en el sentido
correcto. “¿Qué importa vivir para trabajar —se preguntó—, si mi trabajo me
permite vivir la vida que vivo?”
Al volver a
pisar el suelo firme de su querido planeta Tierra y llenar de aire fresco sus
pulmones, Silvia sintió una innegable sensación de satisfacción. Redescubrió el
encanto de vivir y sentirse plena con cada cosa que hacía. Llevaba la vida que
quería, de eso no había duda. Podía ser que llevara una vida al 3 y al 4, sin
seguridad alguna, pero con mucha libertad… Impagable libertad.
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