SI NO TUVIERA MIEDO, CORRERÍA
La visibilidad
era escasa, las nubes de vapor elevándose desde los generadores descompuestos
cubrían gran parte de la plataforma y forzaban a los aterrados ocupantes de
ésta a avanzar a tientas. A 6000 metros de altura, el aire era muy delgado y
costaba respirar. Detrás de sus antiparras, los ojos felinos de Sandra se
entrecerraron para tratar de enfocar un poco mejor hacia el horizonte. “Maldita
sea la hora en la que se me ocurrió meterme aquí”, pensó mientras buscaba un lugar
por donde avanzar entre las columnas de vapor.
Por momentos
la plataforma se desestabilizaba, provocando que las personas que se
encontraban sobre ella perdieran el equilibrio. De momento nada grave, pero el
aumento en el volumen del vapor que salía desde la superficie permitía pensar
que los desperfectos no hacían más que empeorar.
En una de esas
sacudidas, Sandra cayó al suelo golpeándose una de sus rodillas, provocándole
un dolor tremendo. Al hacer contacto con la rejilla metálica que formaba la base
de la plataforma, las secuelas de una vieja lesión hicieron que el dolor
aumentara exponencialmente, llevándola al borde de las lágrimas. Pero, en lugar
de eso, un par de groserías escaparon de su boca como un acto reflejo.
Cuando la
plataforma volvió a estabilizarse, Sandra se incorporó con dificultad y notó de
inmediato que le costaría mantenerse en pie. Ni hablar de caminar, pero no
había nadie a su alrededor que pudiera ayudarle. Estaba sola y coja, a 6000
metros de altura, provista solo con un traje de “hombre pájaro”, parada sobre
una base que estaba a minutos de desplomarse.
—¡Qué Imbécil!
—exclamó con una risa nerviosa—. ¿Cómo viene a meterme en esto?
Entonces recordó aquella
conversación de una par de días atrás con gente del trabajo, sentados a la mesa
del casino una vez que habían terminado de almorzar. Entre todas las idioteces
que se decían a esa hora, alguien, a quien Sandra no pudo recordar en ese
momento, había desviado su atención hacia el televisor, y comentó sobre aquella
nueva aventura extrema que mostraban en el noticiario, que en ese preciso
instante se había convertido en la peor de sus pesadillas.
—Oye,
podríamos hacer eso unos de estos días —dijo la misma persona, más bien en tono
de broma.
Sin embargo,
Sandra se lo tomó en serio y entusiasmó a un par más para que se unieran a
ella. No era caro y, sin duda, la experiencia debía ser extraordinaria,
argumentó. Aunque, por supuesto, si bien en ese momento sus compañeros habían
manifestado un verdadero entusiasmo, a la hora de la verdad, arrugaron.
Pero ella no
estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad y se decidió a ir sola. Si no la
querían acompañar, los muy gallinas, allá ellos. Llegó al lugar temprano, oyó
la charla de seguridad, se calzó el traje que le habían provisto, el que en
algún lado debía tener un paracaídas (Sandra no lo vio), y esperó con paciencia
el despegue del globo aerostático que la llevaría finalmente a la plataforma.
Los primeros
minutos fueron atemorizantes, pero de gran emoción a la vez. No sabía si iba a
ser capaz atreverse a dar el salto, pero haber llegado hasta allí ya era un
logro y la idea de volar parecía tan insoportablemente atractiva, que también
se le hacía difícil no mover sus pies hasta el borde de la plataforma.
En eso estaba
cuando vino la primera sacudida. Aparentemente algo golpeó la plataforma, pero
no estaba claro si ese había sido el origen del temblor. Lo que sí se hizo muy
evidente fue el vapor que comenzó a fluir desde los generadores que
posibilitaban la flotación de ésta. Ahí comenzó el desastre.
Sandra estaba
aterrada. Ni siquiera se atrevía a ponerse de pie y se arrastró a tientas entre
las nubes de vapor, buscando algún tipo de ayuda. Las sacudidas de la
plataforma se hacían cada vez más frecuentes y le impedían avanzar hacia
cualquier lugar. Pero sabía que no podía quedarse allí, si se desplomaba junto
con la plataforma, estaba condenada a encontrar un final trágico y horroroso.
Así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y se incorporó, no exenta de
dificultades. “Si no tuviera miedo, correría”, pensó angustiada. Por un
instante fugaz, sintió que no podría hacerlo, pero repentinamente su necesidad
por prevalecer fue superior y sus piernas cobraron voluntad propia y comenzaron
a moverse paulatinamente más rápido, ignorando por completo el dolor que sentía
en su rodilla.
Había una
cierta emoción en cruzar a ciegas las innumerables columnas de vapor que
emergían desde la inestable superficie, lo que hizo que se sintiera como dentro
de una de esas películas retrofuturistas. Cuando el cielo se despejó ante sus
ojos, la excitación amenazó con hacer que su corazón se saliera de su pecho,
pues estaba consciente que unos pasos más allá se encontraba el vacío. Su mente
decía “¡detente!”, pero su espíritu gritaba “¡adelante, salta!”. Justo al
llegar al borde, primó la razón y su cuerpo estuvo a punto de paralizarse, pero
ya era demasiado tarde. Sandra abrió los brazos y comenzó a surcar los cielos
dejando atrás la arruinada plataforma, sintiéndose más viva que nunca. ¿Quién
lo hubiera dicho? Jamás pensó que, si no tuviera miedo, no solamente correría,
sino que, además, volaría… y sentiría que había vuelto a
nacer.