viernes, 10 de mayo de 2013

si no tuvieras miedo? I

SI NO TUVIERA MIEDO, CONSTRUIRÍA EL MUNDO
MARAVILLOSO EN EL QUE QUIERO VIVIR

Premunida de un vistoso martillo de color violeta, Emily se aprontó a iniciar la que sería la obra más importante de su vida. Sabía que tendría que trabajar arduamente y que habría voces que la cuestionarían, que no comprenderían lo que estaba construyendo y cuál era su afán por hacerlo, pero tenía también la certeza de que habría otros que, como ella, disfrutarían desde el primer minuto de su magnífica obra arquitectónica.
Con delicadeza cogió del suelo una cajita de clavos que, lejos de parecerse a otros clavos, no eran esas típicas puntas metálicas frías y de cabeza chata. Bueno, éstos sí tenían la cabeza chata (característica necesaria para poder darles con el martillo), pero en lugar de ser grises y fríos, eran de colores y se sentían tibios al tacto. Así es como tenía que ser, las partes debían ser tan maravillosas como el todo. Era necesario que así fuese, sólo reconociendo el valor y la belleza de cada pieza individual se podría reconocer la majestuosidad de la unidad de todas ellas.
Con gran gozo en su corazón comenzó a erigir la primera parte de su obra: el árbol. Para ello debía seleccionar cuidadosamente los clavos que usaría, ya que deseaba que aquel árbol diera los frutos más sabrosos y nutritivos. Pues desde aquel árbol primigenio surgirían todas las cosas que poblarían aquel nuevo mundo. Este sería su árbol de la Sabiduría, pero, a diferencia de otros árboles de la Sabiduría, sus frutos estarían disponibles para todos y para todas, quienes quisieran podrían comer y gozar de ellos siempre que les viniera en gana. Nadie tendría razones para pelear por obtenerlos, no habría necesidad de poseerlos, ni de adquirirlos de otra persona, pues el árbol siempre les otorgaría lo necesario para satisfacerse.
Una vez que hubo concluido aquella magnífica obra, Emily la situó en la cima de una pequeña colina, de tal modo que, al encaramarse sobre las majestuosas ramas de su árbol, ante los ojos del espectador se presentaría en su total esplendor todo el resto de su creación.
Tan maravillada estaba con el resultado, que decidió ser la primera en treparse. Mientras lo hacía, cogió uno de los frutos y lo probó. Sabía a gloria, a frutillas, a canciones del corazón y a uvas de verano. Luego de su breve descanso, continúo el ascenso y, al llegar a la copa, comprobó que su idea se había plasmado a la perfección sobre el terreno. La vista era simplemente espléndida. Amplios valles, nevados montes, interminables lagos se extendían desde el pie de su colina hasta donde podía abarcar con la mirada. Allí se encontraba todo lo que deseaba o lo que podía desear.
El éxtasis era total, Emily sintió que había alcanzado la iluminación, su cuerpo, mente y espíritu eran uno, y ella era uno con todo lo que existía, aquel hermoso todo que ella misma había creado. Tan ensimismada estaba en aquel mundo maravilloso, que no notó que un pajarillo se había posado sobre su hombro. Su trinar era dulce y melodioso, y le resultaba particularmente familiar: “¡Yeya! ¡Yeya!”, cantaba.
Emily abrió los ojos y sobre su cabeza encontró a una pequeña criatura que con sus manitos la “invitaba” a despertar. Lo primero que hizo fue tomarla en sus brazos y darle el abrazo más cálido que una persona podría llegar a recibir. Mientras la estrechaba contra su pecho, siguió pensando en aquel mundo que había comenzado a construir con su martillo violeta. Había sido un sueño, pero no uno cualquiera. Siempre había creído que, si no tuviera miedo, sería capaz de construir el mundo maravilloso en el que quería vivir y se instalaría allí para siempre.
Cierto es que siempre había anhelado un sitio como el de su sueño, pero al sostener a su nieta entre su brazos y pensar en todo lo que había construido durante su vida, con sus sostenidos  y con sus bemoles, se dio cuenta que, para alcanzarlo, no necesitaba ir a ningún otro sitio más que aquel en el que se encontraba, aquí y ahora, sintiéndose plena con lo que más tenía en el mundo: amor.

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