jueves, 30 de mayo de 2013

si no tuvieras miedo? III


SI NO TUVIERA MIEDO, CORRERÍA

La visibilidad era escasa, las nubes de vapor elevándose desde los generadores descompuestos cubrían gran parte de la plataforma y forzaban a los aterrados ocupantes de ésta a avanzar a tientas. A 6000 metros de altura, el aire era muy delgado y costaba respirar. Detrás de sus antiparras, los ojos felinos de Sandra se entrecerraron para tratar de enfocar un poco mejor hacia el horizonte. “Maldita sea la hora en la que se me ocurrió meterme aquí”, pensó mientras buscaba un lugar por donde avanzar entre las columnas de vapor.
Por momentos la plataforma se desestabilizaba, provocando que las personas que se encontraban sobre ella perdieran el equilibrio. De momento nada grave, pero el aumento en el volumen del vapor que salía desde la superficie permitía pensar que los desperfectos no hacían más que empeorar.
En una de esas sacudidas, Sandra cayó al suelo golpeándose una de sus rodillas, provocándole un dolor tremendo. Al hacer contacto con la rejilla metálica que formaba la base de la plataforma, las secuelas de una vieja lesión hicieron que el dolor aumentara exponencialmente, llevándola al borde de las lágrimas. Pero, en lugar de eso, un par de groserías escaparon de su boca como un acto reflejo.
Cuando la plataforma volvió a estabilizarse, Sandra se incorporó con dificultad y notó de inmediato que le costaría mantenerse en pie. Ni hablar de caminar, pero no había nadie a su alrededor que pudiera ayudarle. Estaba sola y coja, a 6000 metros de altura, provista solo con un traje de “hombre pájaro”, parada sobre una base que estaba a minutos de desplomarse.
—¡Qué Imbécil! —exclamó con una risa nerviosa—. ¿Cómo viene a meterme en esto?
Entonces recordó aquella conversación de una par de días atrás con gente del trabajo, sentados a la mesa del casino una vez que habían terminado de almorzar. Entre todas las idioteces que se decían a esa hora, alguien, a quien Sandra no pudo recordar en ese momento, había desviado su atención hacia el televisor, y comentó sobre aquella nueva aventura extrema que mostraban en el noticiario, que en ese preciso instante se había convertido en la peor de sus pesadillas.
—Oye, podríamos hacer eso unos de estos días —dijo la misma persona, más bien en tono de broma.
Sin embargo, Sandra se lo tomó en serio y entusiasmó a un par más para que se unieran a ella. No era caro y, sin duda, la experiencia debía ser extraordinaria, argumentó. Aunque, por supuesto, si bien en ese momento sus compañeros habían manifestado un verdadero entusiasmo, a la hora de la verdad, arrugaron.
Pero ella no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad y se decidió a ir sola. Si no la querían acompañar, los muy gallinas, allá ellos. Llegó al lugar temprano, oyó la charla de seguridad, se calzó el traje que le habían provisto, el que en algún lado debía tener un paracaídas (Sandra no lo vio), y esperó con paciencia el despegue del globo aerostático que la llevaría finalmente a la plataforma.
Los primeros minutos fueron atemorizantes, pero de gran emoción a la vez. No sabía si iba a ser capaz atreverse a dar el salto, pero haber llegado hasta allí ya era un logro y la idea de volar parecía tan insoportablemente atractiva, que también se le hacía difícil no mover sus pies hasta el borde de la plataforma.
En eso estaba cuando vino la primera sacudida. Aparentemente algo golpeó la plataforma, pero no estaba claro si ese había sido el origen del temblor. Lo que sí se hizo muy evidente fue el vapor que comenzó a fluir desde los generadores que posibilitaban la flotación de ésta. Ahí comenzó el desastre.
Sandra estaba aterrada. Ni siquiera se atrevía a ponerse de pie y se arrastró a tientas entre las nubes de vapor, buscando algún tipo de ayuda. Las sacudidas de la plataforma se hacían cada vez más frecuentes y le impedían avanzar hacia cualquier lugar. Pero sabía que no podía quedarse allí, si se desplomaba junto con la plataforma, estaba condenada a encontrar un final trágico y horroroso. Así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y se incorporó, no exenta de dificultades. “Si no tuviera miedo, correría”, pensó angustiada. Por un instante fugaz, sintió que no podría hacerlo, pero repentinamente su necesidad por prevalecer fue superior y sus piernas cobraron voluntad propia y comenzaron a moverse paulatinamente más rápido, ignorando por completo el dolor que sentía en su rodilla.
Había una cierta emoción en cruzar a ciegas las innumerables columnas de vapor que emergían desde la inestable superficie, lo que hizo que se sintiera como dentro de una de esas películas retrofuturistas. Cuando el cielo se despejó ante sus ojos, la excitación amenazó con hacer que su corazón se saliera de su pecho, pues estaba consciente que unos pasos más allá se encontraba el vacío. Su mente decía “¡detente!”, pero su espíritu gritaba “¡adelante, salta!”. Justo al llegar al borde, primó la razón y su cuerpo estuvo a punto de paralizarse, pero ya era demasiado tarde. Sandra abrió los brazos y comenzó a surcar los cielos dejando atrás la arruinada plataforma, sintiéndose más viva que nunca. ¿Quién lo hubiera dicho? Jamás pensó que, si no tuviera miedo, no solamente correría, sino que, además, volaría… y sentiría que había vuelto a nacer.

2 comentarios:

  1. Volar sin razon...espero que despues de ese momento de extasis haya podido abrir su paracaidas....y si no...bien tb :)

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  2. Cargo razones en mi mochila, que quiza algún dia podamos compartir, después de todo, el mundo es redondo y uno se termina por encontrar con la gente que se debe encontrar, si no es así ... buen camino para todos

    Con cada salto he vuelto ha nacer.
    Gracias Daniel por el relato.

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