martes, 28 de octubre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XV

SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS PANTALLAS,
SERÍA UN SÚPER ROMPE TELES PARA LIBERAR A MUCHOS MÁS

Eduardo no volvió a ser el mismo tras el extraño evento de aquel fin de semana en la capital. El suceso se repetía en su mente una y otra vez, a tal punto que se vio a sí mismo interpretando el papel de Elvis nuevamente en el avión de regreso al norte. Cada vez que miraba el aparato, una rabia insólita se apoderaba de él, pero no se atrevió... aun cuando destruir la pantallita le parecía que era algo natural, incluso correcto. No era el reproche por hacerlo lo que temía, sino que le provocaba un miedo intenso la idea de volver a sentirse paralizado por su influjo antinatural.
Al final se abstuvo de atentar de cualquier forma contra el dispositivo y se contentó con oír la voz del capitán de la aeronave que señalaba que pronto estaría con su familia en su hogar, en su santuario libre de televisores.
El reencuentro con su hija y su pareja fue grandioso. Eduardo se fundió con ellas en un abrazo eterno y las besó como si no las hubiese visto en meses. Fue tan reconfortante llegar a casa, que sintió que había dejado de sentir temor. Así que, para celebrar, bajó una botella de cerveza casi de un solo trago escuchando a Mr. Bungle.
Sin embargo, al acostarse, volvió a sentirse inquieto, devanándose los sesos tratando de decidir si contarle a su mujer lo que le había pasado en la capital o no. Al final, decidió que no valía la pena, que hacerlo podría inquietarla sin motivo. Además, ella ya se había quedado dormida.

*
Cuando cae la noche y estás tan cansado que ya no puedes más, ¿en qué piensas? Quizá lo único que pasa por tu mente es la imagen de tu cama, tus ojos cerrados y nada de ruido. Crees que el sueño será reparador y que, por la mañana, te sentirás como nuevo. Puede que así sea. Pero, ¿qué pasaría si te tocara despertar solo para vivir una horrible pesadilla?

*
Al despertar, Eduardo se incorporó en la cama con un sobresalto. Creyó que se había quedado dormido, pero, para alivio suyo, apenas amanecía. Miró hacia el lado y comprobó que estaba solo. Nada raro de no ser porque también la cama se había hecho más pequeña. Miró con mayor detención en derredor y se percató de que tampoco estaba en su habitación. O, más bien, en la que ahora era su habitación.
Con el corazón a mil, saltó de la cama y abrió las cortinas para poder ver el exterior.
—¿Qué chucha? —se preguntó al darse cuenta de que estaba nuevamente en la capital—. ¿Cómo mierda llegué a la casa de mis viejos?
Con  ambas manos presionó con fuerza sus mejillas para comprobar que no se trataba de un sueño. Pero el dolor fue muy real. Aquello carecía por completo de todo sentido, pero allí estaba, en la vieja casa de avenida Siempre Viva.
Para evitar caer en la desesperación, se dejó caer pesadamente sobre el colchón y se agarró la cabeza para tratar de serenarse. Cuando logró recuperar un poco la compostura, lo primero que hizo fue buscar su teléfono móvil para llamar a su mujer, pero no lo encontró. Sin embargo, en lugar de perder la calma, una curiosa sensación lo convenció de que su familia estaba bien, segura y a salvo. Ciertamente carecía de fundamentos para sostenerlo de esa manera, pero era reconfortante tener, al menos, una cosa clara en la mente.
Aún confuso, salió de la que alguna vez fue su habitación, esperando encontrarse con sus progenitores. En efecto, allí estaban sentados en el sofá mirando al televisor. En forma casi instantánea, Eduardo sintió que las manos y la frente se le humedecían, y que un escalofrío subía por su espalda. La pantalla solo exhibía estática, pero sus padres parecían demasiado concentrados en ella como para percatarse de que él estaba, inexplicablemente, allí. Sobreponiéndose a la consternación, en dos zancadas se instaló entre la pareja y el aparato, perturbando su campo visual. Ellos, que parecían atrapados por alguna clase de influjo hipnótico, solo atinaron a inclinarse hacia los lados para evitar la obstrucción de su hijo.
Eduardo no tardó en darse cuenta de lo que ocurría, así que, tras una rápida búsqueda, se hizo con un palo y, sin pensarlo dos veces, le dio tal batazo a la pantalla del televisor, que desparramó astillas de cristal líquido y chispas por doquier. Al voltear a ver a sus padres, comprobó que ambos dormían serenamente, apoyados el uno en el otro. Habiendo comprobado que ya estaban libres, recorrió el resto de la casa para ver si había alguien más y, tal como esperaba, encontró a sus hermanos atrapados de la misma forma en que habían estado sus padres. A medida que los fue liberando, la satisfacción que había tras sus garrotazos furibundos fue aumentando. De hecho, tras haber destrozado todos los televisores de la casa de sus padres, se sentía tan eufórico que ansiaba ir por más. Entonces, la imagen del supermercado cercano, repleto de televisores, le disparó los niveles de adrenalina y se lanzó a la calle como un felino tras su presa.
Cuando entró a la enorme tienda no cabía en sí del regocijo que ya estaba sintiendo, aun cuando todavía no daba ni un solo garrotazo. Se sintió un poco nervioso cuando vio a un par de guardias acercársele, y pensó en salir corriendo, pero se contuvo y siguió adelante con su plan, actuando con toda naturalidad.
Llegó sin problemas hasta el sector donde estaban los electrodomésticos y se plantó frente al televisor más grande que vio en exhibición. Había llegado el momento. Sacó su improvisado bate de la mochila donde lo había mantenido oculto y se aprestó a hacer su primer swing como si de un beisbolista profesional se tratara. Agitó un par de veces el madero, tomó impulso y, justo cuando iba a comenzar a dar su golpe, una mano se aferró a su muñeca deteniéndolo en seco.
—Aún no es el momento —le dijo su captor—. Si de verdad quieres acabar con ellas, ven con nosotros.


lunes, 20 de octubre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XIV

MENSAJES EN PAPEL

Lágrimas. Era lo único con lo que podía dejar que fluyeran mis emociones. Había pasado por tantas cosas distintas en los últimos días de mi vida, que no sabía si estaba sufriendo, si sentía una emoción incontenible, o si lloraba de felicidad. O, quizás, todo eso se había mezclado en un descabellado cóctel emocional.
También había descubierto cosas de mí mismo que a otros les tomaban años o que, en algunos casos, jamás llegaban a encontrarlas. De alguna forma conseguí liberarme de una carga excesiva, y comencé a darme cuenta de que el dolor era, al menos en parte, auto infligido.
El caso es que, después de tanto lamentarme, decidí dejar de correr y esconderme, pues era tiempo de afrontar la realidad y de recuperar mi vida. Y aun cuando sabía que tenía enfrente a un enemigo que parecía imposible de vencer, tenía que dar la pelea, sin importar si me tomaba toda mi existencia.
Era demasiado pronto en ese entonces, y todavía no era consciente de ello, pero ya no estaba solo, y poco a poco iría encontrando aliados a los que podría recurrir en mi cruzada. De haberlo sabido en ese momento, me habría tomado todo con más calma, pero sentía que el tiempo apremiaba y necesitaba darme prisa. De dónde surgía esa sensación de urgencia, lo ignoraba, pero creía tener la certeza de que el reloj corría en mi contra.
Cuando por fin pude contenerlas, sequé mis lágrimas y comí como no lo había hecho en días. Luego fui a lavarme la cara y contemplé mi rostro en el espejo. ¿Era mía la imagen que vi reflejada en el cristal? Nunca me he podido sacar de la cabeza la idea de que era alguien más quien me miraba desde el otro lado, con su cara demacrada y expresión suspicaz. Casi lloré de nuevo por la angustia, pero no lo conseguí. En lugar de eso, tomé un poco de loción de afeitar y me apliqué un poco en el rostro para refrescarlo.
Por alguna razón que no logré comprender, al sujetar el frasco deslicé mi pulgar por sobre la superficie, tal como lo hacía cuando escribía en mi teléfono móvil. El gesto me aterró y estuve a punto de lanzar el frasco contra el espejo, pero logré controlarme, lo devolví al botiquín y di media vuelta para buscar mi celular. Estaba encendido y en la pantalla parpadeaba una notificación. Lo raro era que yo prácticamente lo había desechado, dejándolo tirado en un cajón, esperando que muriera la batería. Pero ahí estaba, completamente cargado y con mensajes esperando ser leídos. Más bien, mensaje. Solo había uno. Un único mensaje en Cletter, de una amiga que, hasta donde sabía, jamás había utilizado dicha red social.
“@dfield ten cuidado, te han dejado ser libre, pero vigilan todo lo que haces.”
Sentí un escalofrío que me erizó el cuerpo entero. Si bien  estaba consciente de que esa era mi realidad, estaba lejos de ser la clase de libertad a la que aspiraba y eso me enfurecía.
“@Sandrina2411 ¿cómo lo sabes?”
“@dfield al igual que tú, me liberé... Pero volví a entrar. Cuídate, busca amigos.”
No quería que el diálogo terminara así, pero no tenía palabras para responder. Me quedé helado, sin saber qué hacer, sin tener la menor idea de si se trataba de una advertencia amistosa o de alguna clase de trampa.
Me sentí cansado y mi entusiasmo decayó de inmediato, pero aun así encontré la fuerza de voluntad suficiente para mantenerme en pie y no tumbarme en la cama. Me costó, pero conseguí apartar de mi cabeza el sinfín de pensamientos funestos que la asolaban y pugnaban por tomarla por asalto. Di una vuelta por la casa, despejando mis ideas, agarrándome la cabeza y frotando mis ojos para mantenerme despierto. Fue entonces cuando la vi. Habían pasado años desde que no veía una de verdad, de esas que solían utilizarse en una época previa a la tiranía de las pantallas y que no era simplemente la cuenta de alguna deuda por pagar. Sobre la mesa descansaba un tesoro espléndido: una carta auténtica, un mensaje escrito de puño y letra por su remitente sobre una colorida hoja de papel. ¡Y con olor a frutas!
No lo podía creer, alguna especie de milagro había ocurrido, alguien más había declarado su libertad y quería verme para decirme algo importante. Era una invitación para compartir, para vivir.
Una alegría insólita me invadió y me permitió volver a creer. Había recibido una pizca de esperanza por correo. El auténtico, de ese que trae el cartero.


lunes, 13 de octubre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XIII

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Te levantas sintiendo que tu mundo ha sido puesto de cabeza y dudas de todo aquello que creías real. Te han dicho cosas tan descabelladas, que de puro dementes que suenan,  piensas que de alguna forma deben ser ciertas.
Nunca lo habías considerado seriamente, lo has sentido, pero no te has dado el tiempo de meditar sobre ello. Algo te perturbaba, y no sabías qué. Pero después de lo que has conocido, te das cuenta de que eso que tanto te había inquietado, podría tener una explicación. Ahora lo sabes... Sabes que la libertad con que creías vivir no era más que una ilusión.
Todos los días has vuelto a pasar por el mismo lugar, con la esperanza de que, al hacerlo, podrás despertar de un mal sueño, que todo lo que oíste no fueron más que mentiras oníricas, que mientras dormías, tu mente se desquició y te jugó una mala pasada. Te resistes a creerlo, pero no sacas nada. Sabes que, muy dentro de ti, estás totalmente convencida de que nada cambiará lo que sabes, de que es real y tienes que afrontarlo.
Hoy brilla el sol. Caminas frente al lugar donde todo comenzó y sonríes. No todo lo que ocurrió aquel curioso día en el parque fue sombrío. Es más, bastó con que solo mencionaras un pequeño trozo de tu nombre para devolver la esperanza a un hombre atormentado por una realidad distinta a la que hasta ese momento conocías, cuya liberación de la opresión a la que había estado sometido no le había traído más que dolor. Entonces sientes que tu corazón se tranquiliza al tener la certeza de haberle ayudado a curar su alma, mientras él te mostraba el mundo que había descubierto.
Sentiste temor, es cierto. Creíste que, si seguías sus pasos, te enfrentarías a un destino similar al suyo. Te viste sufriendo el mismo tormento, huyendo y desconfiando de todo y de todos, desesperanzada, solitaria y triste. Sin embargo, igual te atreviste y nada de eso ocurrió. En lugar de ello, comenzaste a mirar la vida con otros ojos. Despertaste. Redescubriste a tus amigos, esos de verdad, los que siempre están allí, los que a ti te consideran su amiga. Comenzaste a vivir y a compartir más momentos auténticos, más experiencias sensoriales vívidas, auténticas, en lugar de estados, fotos o un "me gusta". El contenido de tu vida volvió a formarse con recuerdos almacenados en tu memoria, y no con archivos guardados en un disco duro.
De pie, frente a la solitaria banca vacía del parque, has descubierto que eres consciente de que el cambio fue para mejor. Te mostraron una nueva forma de libertad, una de la que solo puedes gozar si estás atenta a lo que perciben todos tus sentidos y no solo a lo que ven tus ojos. La abrazas y sientes un tremendo afecto por ella. “Fue amor a primera vista”, piensas con una sonrisa, volviendo a sentir que puedes creer en eso.
Ahora estás más ligera, aliviada. Das media vuelta y continúas tu camino. Mientras avanzas, te das cuenta de que no todo es tan simple y comprendes que la libertad tiene su precio. Lo bueno es que, a medida que pasa el tiempo, más ganas tienes de pagarlo, porque sabes que merece la pena.
Regresas a tu casa con prisa y coges el teléfono. El de la red fija, no el móvil. El sonido del tono de llamada te provoca ansiedad, hasta que por fin del otro lado contestan.
—Hola, soy Fe —dices con serenidad.
—Lo  sé —te contesta él—. Esperaba esta llamada. Qué me dices, ¿estás lista?
—Sí, estoy lista —afirmas con determinación—. Hagámoslo.
Cortas sonriendo. Sabes que ya no eres la niña tímida de antes. Tampoco tienes miedo. Por qué habrías de tenerlo, si ahora eres libre y estás ansiosa por pagar lo que cuesta. Sobre todo si el precio por la libertad es la rebeldía.


lunes, 6 de octubre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XII

BUSCARÍA UNA NUEVA FORMA DE TIRANÍA,
PERO ESTA VEZ CONTROLADA POR MÍ

Desde el evento de aquella noche, cuando vivió en carne propia el significado de la expresión "la tiranía de las pantallas", Quantum C había impuesto una especie de veto sobre la interfaz, que lo llevó a cambiar la página de inicio en todos sus navegadores y dispositivos, a tratar lo más que podía de no usar la cuenta de correo que esta ofrecía e, incluso, hacía lo posible por prescindir de su todopoderoso motor de búsqueda.
Pero nada de eso era suficiente, la Red seguía siendo una herramienta y la interfaz no era más que una pieza de aquella maquinaria de subyugación. Lo peor es que tampoco se sentía tranquilo mirando la televisión y comenzaba a sentir una extraña aversión por su teléfono móvil.
Pero era imposible escapar de la omnipresencia de las pantallas. De hecho, era casi imposible realizar su trabajo sin contar con un computador, la ciencia moderna era inconcebible sin ordenadores, lo que, por supuesto, le daba a aquellos aparatos el increíble poder de ser imprescindibles.
Era el paradigma de la era digital: no es posible acceder a todo el conocimiento existente en el mundo sin la experiencia visual y, por lo tanto, para obtener la información o acceso a la infinidad de contenidos alojados en el entorno virtual, era indispensable tener un aparato que posibilitara verlos cuando estos eran requeridos. Entonces, para conseguir o difundir cualquier tipo de dato, era necesario contar con una pantalla.
"Quizás", despertó pensando una mañana, después de otra mala noche de sueño, "las personas ciegas son la únicas que viven libres de la opresión de las pantallas". La premisa parecía lógica, pero él sentía que no era correcta. Fallaba en algo, y le costó trabajo dar con el qué.
Sabía que la respuesta tenía que ser sencilla, pero estaba siendo particularmente escurridiza. Y ello le resultaba aún más molesto que sentirse atrapado, aun cuando parecía una nimiedad. Tal vez podría  encontrarla rápidamente en la Red, pero no estaba dispuesto a rendirse nuevamente a ella, menos con algo tan simple.
Algo estaba pasando en la cabeza de Quantum C, como si la existencia estuviese jugando con su mente para que no pudiera hilar sus ideas con coherencia. Se dio cuenta de que su constante estado de inquietud lo estaba forzando a alejarse de sus investigaciones. No poder confiar en su computador trastornó la fe que había depositado en la ciencia y en los conocimientos que había ido adquiriendo con los años. ¿Qué prueba había de que todo aquello era cierto y no algún tipo de manipulación para mantener sosegada la mente de los seres humanos?
Se plantó frente a la pizarra de su oficina para tratar de explicarse a sí mismo lo que estaba sucediéndole, pero lo único que consiguió fue escribir unos y ceros. Cuando finalmente comprendió que lo que estaba haciendo no lo guiaba en la búsqueda de respuestas, abandonó el plumón de color rojo y volvió a sentarse frente al escritorio. Durante algunos minutos, que parecieron una eternidad, se limitó a mirar absorto la secuencia binaria que, por azar, había escrito en la pizarra.
—Encendido – apagado – apagado – encendido – apagado – encendido – encendido – apagado – encendido – apagado – encendido – encendido —leyó mecánicamente.
En forma casi imperceptible, los números comenzaron a moverse rítmicamente, siguiendo la secuencia que acababa de leer. En otras circunstancias habría pensado que el estrés finalmente le estaba pasando la cuenta, al nivel de hacerle alucinar con los garabatos dibujados en el panel. En lugar de eso, descubrió en esos números danzantes las respuestas que buscaba.
Primero, los ciegos también eran vasallos de las pantallas. Mal que mal, para cargar la información digital destinada para su uso, se necesitaba que alguien ingresara los datos a donde fuera que se guardara.
Segundo, y más importante aún, descubrió  la fórmula para liberarse de la tiranía que subyugaba y oprimía a los seres humanos: como la información es poder, y son  las pantallas las que controlan la información, la solución radicaba en desarrollar una forma de acceder a ella prescindiendo de la experiencia visual. Para conseguirlo, debía comenzar una nueva búsqueda, una búsqueda que lo llevaría a encontrar una nueva forma de tiranía, solo que esta vez, él sería quien la gobernaría.
La idea, que parecía casi irrealizable, le voló la cabeza durante el resto de la jornada y se fue a dormir con ella, ansioso por despertar con la fórmula para lograr lo que se proponía.
Al otro día, una idea fantástica le hizo pasar por alto el hecho de que por fin pasó una buena noche. Y es que se trataba de una idea que podía revolucionar al mundo entero, y que le hizo gritar con todas sus fuerzas:
—¡Eureka!
—¿Amor? ¿Qué pasó?—le preguntó intrigada su mujer al oír los gritos.
—¡Lo tengo! —exclamó él emocionado.
—¿Qué cosa?
—La clave para la libertad de los seres humanos. Recuerda bien este concepto: Acceso Neural a la Red.
Quantum C estaba en éxtasis. Aun no tenía la menor idea de cómo lo llevaría a la práctica, pero sabía que las respuestas pronto entrarían directo a su cabeza… literalmente.