EL
PRECIO DE LA LIBERTAD
Te levantas sintiendo que tu mundo ha sido puesto
de cabeza y dudas de todo aquello que creías real. Te han dicho cosas tan
descabelladas, que de puro dementes que suenan,
piensas que de alguna forma deben ser ciertas.
Nunca lo habías considerado seriamente, lo has
sentido, pero no te has dado el tiempo de meditar sobre ello. Algo te
perturbaba, y no sabías qué. Pero después de lo que has conocido, te das cuenta
de que eso que tanto te había inquietado, podría tener una explicación. Ahora
lo sabes... Sabes que la libertad con que creías vivir no era más que una
ilusión.
Todos los días has vuelto a pasar por el mismo
lugar, con la esperanza de que, al hacerlo, podrás despertar de un mal sueño,
que todo lo que oíste no fueron más que mentiras oníricas, que mientras
dormías, tu mente se desquició y te jugó una mala pasada. Te resistes a
creerlo, pero no sacas nada. Sabes que, muy dentro de ti, estás totalmente
convencida de que nada cambiará lo que sabes, de que es real y tienes que
afrontarlo.
Hoy brilla el sol. Caminas frente al lugar donde
todo comenzó y sonríes. No todo lo que ocurrió aquel curioso día en el parque
fue sombrío. Es más, bastó con que solo mencionaras un pequeño trozo de tu
nombre para devolver la esperanza a un hombre atormentado por una realidad
distinta a la que hasta ese momento conocías, cuya liberación de la opresión a
la que había estado sometido no le había traído más que dolor. Entonces sientes
que tu corazón se tranquiliza al tener la certeza de haberle ayudado a curar su
alma, mientras él te mostraba el mundo que había descubierto.
Sentiste temor, es cierto. Creíste que, si seguías
sus pasos, te enfrentarías a un destino similar al suyo. Te viste sufriendo el
mismo tormento, huyendo y desconfiando de todo y de todos, desesperanzada,
solitaria y triste. Sin embargo, igual te atreviste y nada de eso ocurrió. En
lugar de ello, comenzaste a mirar la vida con otros ojos. Despertaste.
Redescubriste a tus amigos, esos de verdad, los que siempre están allí, los que
a ti te consideran su amiga. Comenzaste a vivir y a compartir más momentos
auténticos, más experiencias sensoriales vívidas, auténticas, en lugar de
estados, fotos o un "me gusta". El contenido de tu vida volvió a
formarse con recuerdos almacenados en tu memoria, y no con archivos guardados
en un disco duro.
De pie, frente a la solitaria banca vacía del
parque, has descubierto que eres consciente de que el cambio fue para mejor. Te
mostraron una nueva forma de libertad, una de la que solo puedes gozar si estás
atenta a lo que perciben todos tus sentidos y no solo a lo que ven tus ojos. La
abrazas y sientes un tremendo afecto por ella. “Fue amor a primera vista”,
piensas con una sonrisa, volviendo a sentir que puedes creer en eso.
Ahora estás más ligera, aliviada. Das media vuelta
y continúas tu camino. Mientras avanzas, te das cuenta de que no todo es tan
simple y comprendes que la libertad tiene su precio. Lo bueno es que, a medida
que pasa el tiempo, más ganas tienes de pagarlo, porque sabes que merece la
pena.
Regresas a tu casa con prisa y coges el teléfono.
El de la red fija, no el móvil. El sonido del tono de llamada te provoca
ansiedad, hasta que por fin del otro lado contestan.
—Hola, soy Fe —dices con serenidad.
—Lo sé —te
contesta él—. Esperaba esta llamada. Qué me dices, ¿estás lista?
—Sí, estoy lista —afirmas con determinación—.
Hagámoslo.
Cortas sonriendo. Sabes que ya no eres la niña
tímida de antes. Tampoco tienes miedo. Por qué habrías de tenerlo, si ahora
eres libre y estás ansiosa por pagar lo que cuesta. Sobre todo si el precio por
la libertad es la rebeldía.
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