ELVIS
Fue una noche de desenfreno como no las tenía
desde hacía años. Una juerga de aquellas con los viejos amigos.
Comenzó con un viaje relámpago a Santiago por
motivos laborales y, al enterarse de su estadía en la capital, sus amigos
insistieron en que tenían que juntarse a tomar un trago para conversar sobre la
vida y rememorar algunas locuras de juventud.
Cómo fue que se salió de control, da lo mismo,
no era de extrañar que terminara así, pues abundaban el entusiasmo y el
alcohol. El caso es que esa noche acabó durmiendo en un lugar desconocido
sentado en un sillón. Cuando despertó, aún estaba oscuro. Justo frente a él
había una mesita sobre la cual descansaba un televisor encendido. La situación
en la que se encontraba le resultó conocida, pero no podía recordar dónde la
había visto.
Trató de acordarse de cómo había llegado hasta
allí, pero su memoria no era más que ruido blanco, y prácticamente todo lo
ocurrido durante la velada navegaba en el mar del olvido. Sin embargo, el
televisor frente a él encendió un recuerdo efímero que bien podría haberse
esfumado tan rápido como apareció en su mente.
Sin quererlo, se quedó impávido mirando la
pantalla, como si fuera ella la que le permitía aferrarse a ese retazo de
memoria para que no se desvaneciera junto con el resto de la juerga de esa
noche.
"Que programa más malo", susurró,
pensando en lo mucho que le desagradaba la tele. Con esa reflexión, el recuerdo
de Eduardo adquirió una nitidez deslumbrante y cobró todo el sentido del mundo.
Durante la velada, uno de sus amigos, que solía
parecer el más centrado del grupo, había estado hablando un montón de
pelotudeces de no sabía qué cosa con las pantallas. A Eduardo le había
provocado la sensación de que el tipo se había rayado un poco, que se le había
pelado algún cable en el cerebro o, quizás, solo estaba muy borracho. Pero lo
cierto fue (y en ese momento logró recordarlo con claridad) que ni siquiera
había tocado la única cerveza que pidió. Le llamó la atención su paranoia, pero
algunas cosas de las que dijo le parecieron interesantes, aunque en su momento
pensó que era por el apasionamiento con el que hablaba, más que por las
palabras mismas. Palabras de las que, por supuesto, no recordaba ni la mitad.
Eso le molestó. Llegó a creer que en ese mismo instante necesitaba saber de qué
había estado hablando, así que intentó ponerse de pie para buscar a su amigo y
pedirle que le volviera a explicar todo, pero le resultó imposible hacerlo.
Supuso que se debía a su estado de intemperancia, pero no se sentía ebrio.
Quiso mirar su cuerpo para ver si es que alguna atadura lo mantenía aferrado al
sillón, pero no consiguió despegar sus ojos de la pantalla.
Instintivamente buscó a tientas algo que le
permitiera apagar el televisor, pero solo encontró una de esas bolas de cristal
con un gato y un ratón cubiertos de nieve en su interior. De pronto, recordó la
escena que aquella situación le evocaba, solo que, en lugar del revólver que el
protagonista original llevaba en su mano, Eduardo tenía la bola de nieve.
Entonces, sin pensarlo, lo arrojó contra la pantalla, haciéndola estallar entre
chispas y cristal astillado. "Si Elvis de verdad hizo esto, que bien debe
haberse sentido", pensó satisfecho al comprobar que se había liberado.