lunes, 11 de agosto de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? IV

SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS PANTALLAS,
ESCRIBIRÍA CARTAS SOBRE ESQUELAS DE COLORES

Regocijarse y sentir la dicha de poder percibir la forma, la textura, el aroma y el sonido del otro. O detestar todas aquellas sensaciones. Daba lo mismo, cualquiera de esas opciones eran más atractivas que ver un conjunto de letras esparcidas en una pantalla, pretendiendo ser la forma natural en la que se desarrollan las relaciones humanas, como si las interacciones virtuales pudiesen ser equivalentes a las del mundo real.
Katia tenía el celular en la mano, con la pantalla apagada, decidiendo qué hacer. Podía reunir a todas aquellas personas a las que quería ver en un grupo de conversación, enviar un mensaje que todos leerían casi de inmediato y esperar las respuestas instantáneas de sus destinatarios, o podía dar rienda suelta a esa idea loca de reunirlos a todos en torno a una mesa para decirles lo feliz que se sentía. Claro, era mucho más difícil conseguir que todos se reunieran a la misma hora y en el mismo lugar, pero tenía la sensación de que para ella sería mucho más satisfactorio ver como sonreían al verla tan contenta.
Encendió la pantalla del teléfono y abrió la aplicación de mensajería. Uno a uno fue reuniendo a sus amigos en un grupo, al que le puso nombre, una foto como avatar y todo. No sabía por qué lo estaba haciendo de esa manera, pero casi no podía resistirlo, el impulso era más fuerte que ella.
Escribió el mensaje a toda prisa y se dispuso a presionar el botón de envío. Pero, reprimiendo al dedo que se mantenía suspendido a unos milímetros sobre la pantalla, se contuvo. En ese instante, un recuerdo lejano acudió a su mente. Un recuerdo rosa, infantil y aparentemente intrascendente… pero lleno de dicha: ahí estaban ella, su pupitre, la sala del liceo y las esquelas de colores que solía intercambiar con sus compañeras. En aquel tiempo parecía casi un pecado mancillarlas, aunque fuera con un simple punto. Debían permanecer inmaculadas. Por alguna razón, aún conservaba unas cuantas en un cajón. Quizá para no olvidar una época más sencilla, más despreocupada.
No necesitó más. Apagó la pantalla del móvil, lo metió en su cartera y aprovechó de sacar de ella un lápiz que le había regalado su ahijada. Tenía aroma a frutas, como el de los chicles…, como el cabello de la pequeña.
Las cartas que escribiría sobre aquellas esquelas de colores iban a ser especiales, de eso no cabía duda. Ellos lo merecían... Ella lo merecía.



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