lunes, 18 de agosto de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? V

EL ARREBATO

Perdido. Así es como me sentía al despertar al día siguiente. Renuncié a la cálida luz del televisor por la mañana y no permití que ningún artefacto electrónico acompañara mis primeras horas despierto. Es cierto, se sentía un enorme vacío, pero lo que me había ocurrido la noche anterior me provocó una especie de shock.
El computador de la oficina fue mi primer contacto con una pantalla. No me quedaba otra alternativa, era mi herramienta de trabajo.
Durante la jornada matinal estuve distraído y me mantuve distante, no solo de los demás, sino también de mí mismo. Sentía una pulsión desesperante por salir corriendo de allí, por huir y alejarme de la agobiante necesidad de mirar una pantalla. Pero me faltaban las agallas para hacerlo. Hasta que llegó la gira del almuerzo.
La gente a mi alrededor comía, charlaba, reía. Yo, en cambio, miraba mi plato, le daba un par de vuelta a la comida con el tenedor y me la llevaba maquinalmente a la boca. Masticaba, tragaba y otra vez a lo mismo. Lo que pasaba a mi alrededor era ruido blanco. Salvo por una cosa.
Una repetitiva vibración sobre la mesa comenzó a fastidiarme. Más que la vibración, era la actitud de la dueña del aparato que se veía forzada a recoger a cada minuto su teléfono para revisar los menajes que recibía.
"Aparato de mierda" mascullé en un tono inaudible. Mi compañera lo miraba con atención, abandonando la comida, la conversación... "la cordura", pensé algo asustado.
No pude soportar más el dominio que el móvil ejercía sobre ella, así que, en forma absolutamente impulsiva, se lo arrebaté de las manos y lo arrojé contra la pared. Miré durante unos segundos los restos destrozados y, cuando sentí las miradas atónitas del resto de los comensales sobre mí, caí en la cuenta de lo que había hecho.
No dije nada, no miré a nadie, solo di media vuelta y salí corriendo. No recogí mis cosas, no apagué mi computador, no me despedí de nadie, a lo único que atiné fue a correr.

Salí del edificio a toda prisa y me perdí entre la multitud que a esa hora circulaba por el centro. Sentía que huía, pero no sabía de qué. Hasta que me detuve a tomar un respiro y me quedé paralizado. Miré hacia lo alto y lo primero que vi fue una cámara de video vigilancia. Me estaba observando. Me moví hacia el lado y esta siguió mi movimiento. Me alejé a toda prisa de ella, no podía aguantar aquella invasión a mi privacidad, aun cuando sabiendo que me encontraba en un espacio público. Pero no había donde acudir. La mirada intrusa de las cámaras estaba por doquier y me buscaba a mí. Me estremecí. Estaba seguro de que, en otro lugar, una pantalla exhibía la expresión asustada de mi rostro a un operador del sistema de seguridad. Un operador que, al igual que yo, no era más que otro vasallo de la tiranía de las pantallas.

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