lunes, 29 de septiembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? XI

SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS PANTALLAS
VOLVERÍA A ENTRAR PARA PONER EN GUION LO QUE VI AFUERA

Afuera, en el mundo real, pasan cosas. Y pasan todo el tiempo. Buenas, malas, importantes, intrascendentes. Y es tan fácil percibirlas: solo basta con alzar la mirada y prestar atención”.
A Sandra le encantaba como se leía. No era la primera nota que apuntaba en su cuaderno, pero la había escogida para encabezar sus textos en limpio. Ya llevaba varias carillas y, coincidencia o no, finalmente todo lo que había escrito de alguna u otra forma tenía sentido. Y es que, al haber sido capaz de darse cuenta de la opresión que gobernaba su vida (y la de los demás) y haberse podido liberar, su capacidad creativa había estallado de manera exponencial.
Al principio creyó que se había vuelto un poco loca, que todas esas ideas raras no eran más que inventos suyos, pero ella tenía claro que algo extraordinario había pasado. Y, si no hubiese sido así, ¿qué más daba algo de locura adicional en este mundo demencial? Reconocerlo había sido bastante duro y solitario, pero a poco andar descubrió gente sintonizando con las mismas ideas. Entonces, quizá no estaba tan loca como creía, después de todo.
Con el tiempo se fue dando cuenta de que esas personas habían pasado por procesos de liberación muy similares al que ella misma había vivido, pero que no todas estaban reaccionando de la misma manera. Algunas prácticamente no se habían dado cuenta de lo que les había pasado y gozaban de una dicha contagiosa. Otros se estaban rebelando contra la tiranía, algunos de forma ingeniosa, otros de manera casi bestial. Y también estaban los que habían sucumbido al temor a ser atrapados nuevamente.
Sandra no estaba en ninguna de esas categorías. De hecho, le gustaba pensar que no estaba en ninguna categoría. Sentía que no era más que una observadora, que podía recoger y poner en guion las historias de los demás liberados para que quedara un registro de ellas. ¿Con qué propósito? Lo ignoraba.
En su puesto de observadora, ella sabía que debía mantenerse neutral, no hacer juicios ni intervenir en la vida de otras personas. Sabía que solo así podría dejar testimonio fiel de aquel proceso que, suponía, podía ser histórico.
Pero la neutralidad suele ser muy frágil, en especial cuando el desequilibrio en la balanza lo generan los afectos. Para Sandra la cuestión se planteaba así: en uno de los platos estaba el peso de múltiples historias que ella debía registrar, y en el otro el poder opresor de lo que alguien había bautizado como “la tiranía de las pantallas”. Mientras ese equilibrio perdurara, ella podría ser objetiva.
Sin embargo, cuando descubrió que uno de los primeros liberados circulaba en un camino que, sin duda alguna, no le traería más que problemas, el balance comenzó a romperse. En especial porque ese librado era un amigo.
Casi en forma involuntaria, Sandra se vio registrando ya no solo hechos concretos, sino también emociones. Los liberados ya no eran únicamente personajes, ahora se habían convertido en personas concretas, con alegrías, desdichas, temores, amores y odios. Personas cuyas vidas habían estado atadas a un enemigo común: “la tiranía de las pantallas”. Esta, además, ya no solo era una etiqueta para un fenómeno curioso, sino que tenía sustancia y efectos perversos que afectaban por igual a los cautivos y a los liberados.
De a poco el guion de la historia se fue tornando más sombrío y el ánimo de Sandra comenzó a decaer. Si bien había tenido la suerte de poder liberarse, la explosión de creatividad que eso había significado se fue transformando en una especie de carga que, hasta entonces, no conocía. No solo había perdido la objetividad, sino también las ganas de seguir relatando una historia espantosa que ella no podía cambiar. ¿O si podría?
Recordó entonces una conversación virtual que había tenido con el mismo amigo que iba directo a una espiral de conflictos, en que habían estado celebrando su locura creadora. Esa misma sana demencia que Sandra había encontrado escribiendo sus textos. Una locura que, según él, tenía el potencial de cambiar al mundo.
Con eso en mente, Sandra dio vuelta su casa y su oficina en busca de todos y de cada uno de sus escritos y comenzó a sistematizarlos, sintiéndose, mientras lo hacía, como la heroína de una película de acción que preparaba sus armas antes de ir por los villanos. Había llegado a la conclusión de la locura por sí sola no iba a modificar nada, que era ella misma quien tenía que provocar el cambio. Pero, para lograrlo, tendría que hacer un enorme sacrificio. Tomó todos sus cuadernos, su computador portátil y una botella de té, y se fue caminando hasta la playa. Se acomodó en la arena sobre una manta, abrió la tapa de equipo y se conectó a la Red, plenamente consciente de que con ello renunciaría voluntariamente a su libertad. Y es que, si ese era el precio por la libertad de los demás, estaba dispuesta a pagarlo.
"Has vuelto.  No me digas que vienes a intentar pelear conmigo".
"Nada de eso. ¿Qué caso tendría? No tengo ninguna posibilidad de ganarte".
"Entonces, ¿qué te trae de vuelta?"
"Vengo a contarte sobre lo que vi afuera".
"Como si eso pudiera interesarme".
"No lo sabrás hasta que te lo cuente"
"¿Y para qué?"
"Para hacer las paces. Que te quede claro, no he vuelto para someterme a ti, sino para conversar contigo, porque quiero paz. Y, para eso, a veces es mejor dialogar con el enemigo".


lunes, 22 de septiembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? X

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Profiling complete……………………………………….
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DETRÁS DE UN BIP, HAY UN BIT

Todo comienza con un bip. Es tan increíblemente sencillo, que funciona. Ya sea con la tarjeta del cajero automático que está en tu billetera, o la que usas para pagar el bus y el metro que, de hecho, se llama "bip!". Ingresas a tu trabajo, pones tu dedo sobre el lector de huellas del reloj y ya está. Incluso en tu auto, el pequeño dispositivo pegado al parabrisas se esmera en darte un aviso que no has estado dispuesto a atender. Y eso es exactamente lo que quieren.
Es tan cotidiano, tan normal, que te resulta difícil cuestionarlo. Sin embargo, algo en tu interior te dice que hay algo más detrás de un simple bip. Es un sonido simple, igual como lo es el que hace tu boca al masticar. ¿Será que es así suena cuando se alimenta el sistema? Es probable. Porque el sistema se alimenta de información. Y es que, detrás de un bip, siempre, pero siempre hay un bit. O más de un bit.



lunes, 15 de septiembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? IX

SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS PANTALLAS,
DESATARÍA MI PARANOIA

Paranoia. Fue todo lo que pude sentir los días posteriores a mi arrebato. No podía ir a ningún lugar sin creer que estaba siendo vigilado por alguien... O, más bien, por algo.
Todo lo que para mí era cotidiano se fue al carajo. La primera víctima de mi nueva realidad fue mi teléfono celular. Fue duro abandonar aquel aparato que era mi principal compañero de la vida, ese que siempre que iba conmigo, fuera donde fuera. Y ahí estaba el problema, pues, gracias al dichoso GPS, era sumamente fácil localizarme. Peor aún, daba lo mismo si lo desactivaba, bastaba con triangular las redes de telefonía para detectar mi ubicación. Por eso opté por abandonarlo por completo, con todo lo que ello implicaba.
Después tuve problemas para movilizarme. Al principio no tenía mayores aprensiones y seguí usando el transporte público en forma normal, hasta que me percaté de que era imposible circular anónimamente.
Ocurrió cuando, ya arriba del bus, este fue abordado por fiscalizadores de esos que controlan que la gente haya pagado su pasaje. Para mí era normal, todos teníamos que pagar por el servicio recibido, pero este hecho me dejó muy inquieto. Y entonces comprendí: el sistema estaba diseñado para saber quién soy yo y para dónde me dirijo. Al pensarlo me dio risa, pues parecía absurdamente complejo y faltaba una pieza. Si, cada vez que paso la tarjeta por el lector del bus o del metro, esta envía información hacia algún lugar acerca de mi saldo y mi lugar de partida. Rastreando cada punto desde el cual inicio mis viajes, es fácil determinar el área geográfica por la que suelo moverme, pero, y aquí estaba la pieza faltante, la tarjeta es innominada y solo se identifica con un número.
Sin embargo fue precisamente en este punto donde la paranoia despertó en mí una idea tan descabellada, que puede ser perfectamente plausible: para cargar la tarjeta, tuve que sacar dinero de un cajero automático, para lo cual tuve que usar otro plástico que sí revelaba mi identidad y el tiempo y lugar exactos donde lo hice, con la que no solo dejé registro de mi transacción, sino también de los números de serie de los billetes que me entregó el dispensador. Uno de esos billetes, con el que pagué la carga de la tarjeta de transporte, se asoció a su número de serie y, por lo tanto, ese número se podría asociar con mi tarjeta del cajero automático y, por ende, con mi nombre. En resumen, comprendí que no podía ir a ninguna parte en transporte público sin que nadie se enterara, por lo que decidí que lo mejor era usar mi auto.
Claro, tan rápido como me bajé del bus para subirme a mi propio vehículo, me di cuenta de que no solo no había solucionado ese problema, sino que, además, resultaba aún más fácil localizarme. Si no eran las cámaras de control de tránsito registrando la patente de mi auto, era la información que el dispositivo adherido al parabrisas enviaba cada vez que pasaba por un pórtico en las autopistas. ¡Más encima les estaba entregando mis datos en tiempo real!
Yo no era un forajido que necesitara ir por la vida clandestinamente (salvo por el hecho de haberle destrozado el teléfono a mi compañera de trabajo), pero quería circular en paz, sin sentirme vigilado, andar libre, aunque fuera por un momento siquiera, de la tiranía de las pantallas. Sentí una impotencia terrible al comprender que era casi imposible.
Mi único consuelo lo obtuve al descubrir que podía utilizar mis pies o mi bicicleta para minimizar la constante sensación de estar siendo permanentemente observado.
He hablado de esto con varios amigos, algunos me  han prestado atención, otros han creído que simplemente estaba muy borracho cuando se los dije. Incluso no ha faltado quien ha llegado a pensar que estoy chiflado.
Si, sé que estoy paranoico, pero de verdad creo que razones no me faltan. Y tengo claro que mi única alternativa es liberarme a mí mismo y a los demás de esta opresión. Pero no sé si pueda hacerlo solo.



lunes, 8 de septiembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? VIII

SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS PANTALLAS,
VOLVERÍA A HABLAR CON EXTRAÑOS

A veces pasa que estás muy dormida para darte cuenta de lo que te rodea. Puede que ni siquiera hayas tenido sueño, que tus ojos no se hayan cerrado y que lo que ves no sean escenas oníricas, sino la realidad misma. Pero te concentras tanto en aquello que brilla, que atrae, que seduce, que llegas a olvidar que estás despierta.
Tu vida no siempre ha sido así. Hubo una época en que los colores estaban en otra parte, en un mundo tangible, complejo, bello. Lo extrañas, pero siempre surge algo que desvía tu atención, un saludo, un vídeo, un sonido. Y sientes que no puedes contra ello, por más que quisieras intentar hacer algo distinto. Hasta que algo providencial sucede, algo que no cambia tu mundo, sino que lo retrotrae a una época más simple.
El parque húmedo, verde y  aromático no consigue captar tu atención. La "conversación" está demasiado entretenida como para pensar si quiera en quitar los ojos de la pantalla. Estás tan concentrada en el incesante diálogo, que ni el icono menguado de la batería del móvil te distrae. Hasta que es demasiado tarde. El teléfono se apaga y queda en ascuas. Tardarás horas en saber qué siguieron diciendo tus amigos.
Eso te frustra. Maldices a tu celular por haberse muerto repentinamente otra vez. "Ya no se puede confiar en la tecnología", mascullas con los dientes apretados.
Enfadada, levantas la mirada. De inmediato descubres que en la banca del frente está sentado un hombre que mira en tu dirección. Te observa con la mirada perdida. Estás a punto de sentirte acosada, pero la expresión en su rostro te hace olvidar de inmediato la sensación. De hecho, ya ni siquiera estás segura de que te mira a ti.
Por alguna razón te quedas viéndolo. Ambas miradas se cruzan y logras advertir que algo no anda bien. De pronto, él es un libro abierto para ti y te enteras de que está sufriendo. La transparencia de la expresión de su rostro te sobrecoge.
Tímidamente te acercas a él y te sientas a su lado. No hablan, ya no se miran, tampoco se tocan. Pero comparten sus aromas y sus respiraciones se sincronizan.
Conmovida por su dolor, tocas su hombro. Hace frío, pero él se siente tibio. Crees ver que una lágrima brota en su ojo, pero él se niega a revelarla.
Sin mediar palabra, tienes la certeza de que algo le atormenta y que ha perdido la esperanza. Quieres preguntarle de qué huye, pero, en lugar de eso, solo le dices:
—Soy Fe.
Él se sobresalta y te mira de frente. Cambiando de actitud, sonríe y te responde:
—Entonces no todo está perdido.


lunes, 1 de septiembre de 2014

si te liberaras de la tiranía de las pantallas? VII

ENEMIGO INVISIBLE

La interfaz es amigable con el usuario, intuitiva, omnisciente. De eso no hay duda. Eso la hace más llamativa, más adictiva y más difícil de ignorar y la ha transformado en el punto de entrada más popular a la Red. Todo aquel que quiere navegar y desplazarse por ella se encuentra en la necesidad casi irresistible de utilizarla como puerta de entrada. No es realmente necesario hacerlo, pero la experiencia de usuario es tan grata, que la gran mayoría lo prefiere así y hacen de ella su página de inicio.
Quantum C (léase "C" en inglés) es uno de los tantos usuarios que emplean la interfaz como punto de acceso a la Red, pero una sensación de insatisfacción con ella se ha ido instalando en su cabeza, pues no le está entregando acceso a todo lo que él busca. Y la culpa bien podría ser de la propia interfaz.
*
“La red es libertad. La red es libertad. La red es libertad”. La consigna se repetía una y otra vez mientras manejaba hacia su trabajo, tratando de convencerse de era cierta, pero su creciente desconfianza e la interfaz había instalado otra idea, un tanto descabellada, que insistía en rebatirla: La interfaz solo muestra lo que quiere mostrar. La información verdaderamente relevante la mantiene oculta, como un tesoro secreto.
Le gustó tanto como sonaba la idea, que utilizó los escasos caracteres que le otorgaba la aplicación social Cletter para publicarlo en la Red. Para su sorpresa, recibió de inmediato una respuesta:
@QuantumC es solo la punta del iceberg de un mal mayor, de algo que controla toda nuestra existencia”.
Tras leer el mensaje, creyó que solo se trataba de una respuesta creativa, con pretensiones de ser graciosa, sin conseguirlo. Sin embargo, justo cuando estuvo a punto de publicar su respuesta, un nuevo mensaje le provocó la sensación de que su interlocutor, aparentemente, hablaba en serio:
@QuantumC la interfaz no es más que la Sinfonía N° 9 de todos los cantos de sirena que se han inventado jamás, ¿lo sabías?”.
—Este huevón se chaló —murmuró mientras sostenía el puntero del mouse sobre el botón “enviar”. Si bien el menaje era bastante desquiciado, resultó ser ingenioso y quería esperar más antes de trollearlo.
Al final no hubo más mensajes, ni respuestas burlonas, y el trabajo terminó acaparando su atención y lo alejó de la aplicación social durante el resto del día.
Al finalizar la jornada, Quntum C regresó a casa a toda prisa, pues, además de las ganas locas de ver a su familia, esa noche quería ver el juego de los Medias Rojas contra los Yankees. Todo era normal y cotidiano hasta que se instaló frente al televisor y dio un vistazo a su línea del tiempo de Cletter en su teléfono antes de que el umpire dijera "play ball". Había un clett dirigido a él:
"@QuantumC te hizo pensar, ¿verdad?".
Lo cierto es que no era así. El asunto había quedado olvidado, y ya ni siquiera lo recordaba como una humorada. Pero, de alguna forma, ese mensaje hizo clic en su cabeza.
"@Dfield qué cosa?" respondió para forzar a su interlocutor a darle sentido a sus palabras.
"@QuantumC lo que ya sabes acerca de la interfaz".
"@Dfield y eso, ¿qué vendría siendo?
@QuantumC no te hagas..."
Quantum C levantó la cabeza y notó que el juego ya había comenzado. Pero no podía ponerle atención. Aunque la conversación no tenía mucho sentido, había algo en ella que lo estaba perturbando. Algo que, en efecto, sentía que estaba mal con la interfaz.
@Dfield con qué me vas a salir? Con que es una forma de control de los gringos? Será acaso parte de una conspiración?
Quantum C quería tomar el control de la conversación y esas preguntas serían el filtro preciso. Si salía con alguna tontería conspiranoica, su participación terminaría en el acto y bloquearía de inmediato la cuenta de su interlocutor. Sin embargo, la respuesta lo dejó perplejo:
@QuantumC jajajajajajaja. De los gringos? Esos no tienen idea”.
Raro. Primero, la respuesta dejaba entrever que sí había una conspiración de algún tipo. Segundo, por lo general, todas las teorías de la conspiración conducían al gobierno de los Estados Unidos. ¿Por qué esta no?
@QuantumC por si lo estás pensando, tampoco es de los chinos, ni de los rusos”.
En efecto, lo había pensado y comenzaba a creer que “alguien” usaba la interfaz como una forma de control sobre la Red, para a su vez controlar a sus usuarios. Pero, si no eran los gobiernos de las súper potencias, ¿quién estaba detrás?
@Dfield si sigo tu razonamiento, solo puedo concluir que te rayaste. A quién puede importarle más el control que a los gobiernos?
@QuantumC la respuesta es tan simple como descabellada y está justo frente a tus ojos en este momento”.
Lo único que Quantum C tenía frente a sus ojos eran las pantallas del móvil y del televisor. Las palabras de Dfield carecían de sentido, pero el corazón se le había acelerado y sintió el pecho oprimido.
@QuantumC todo lo ven, todo lo oyen, todo lo registran. Ahí, frente a tus ojos controlan tu vida. Bienvenido a la tiranía de las pantallas”.
Repentinamente el teléfono se apagó y la luz se cortó en todo el sector, dejando a Quantum C completamente helado. Esa noche, no podría dormir.