SI ME LIBERARA DE LA TIRANÍA DE LAS
PANTALLAS
VOLVERÍA A ENTRAR PARA PONER EN GUION LO
QUE VI AFUERA
“Afuera, en el mundo real, pasan cosas. Y
pasan todo el tiempo. Buenas, malas, importantes, intrascendentes. Y es tan
fácil percibirlas: solo basta con alzar la mirada y prestar atención”.
A Sandra le
encantaba como se leía. No era la primera nota que apuntaba en su cuaderno,
pero la había escogida para encabezar sus textos en limpio. Ya llevaba varias
carillas y, coincidencia o no, finalmente todo lo que había escrito de alguna u
otra forma tenía sentido. Y es que, al haber sido capaz de darse cuenta de la
opresión que gobernaba su vida (y la de los demás) y haberse podido liberar, su
capacidad creativa había estallado de manera exponencial.
Al principio
creyó que se había vuelto un poco loca, que todas esas ideas raras no eran más
que inventos suyos, pero ella tenía claro que algo extraordinario había pasado.
Y, si no hubiese sido así, ¿qué más daba algo de locura adicional en este mundo
demencial? Reconocerlo había sido bastante duro y solitario, pero a poco andar
descubrió gente sintonizando con las mismas ideas. Entonces, quizá no estaba
tan loca como creía, después de todo.
Con el tiempo
se fue dando cuenta de que esas personas habían pasado por procesos de
liberación muy similares al que ella misma había vivido, pero que no todas
estaban reaccionando de la misma manera. Algunas prácticamente no se habían
dado cuenta de lo que les había pasado y gozaban de una dicha contagiosa. Otros
se estaban rebelando contra la tiranía, algunos de forma ingeniosa, otros de
manera casi bestial. Y también estaban los que habían sucumbido al temor a ser
atrapados nuevamente.
Sandra no
estaba en ninguna de esas categorías. De hecho, le gustaba pensar que no estaba
en ninguna categoría. Sentía que no era más que una observadora, que podía
recoger y poner en guion las historias de los demás liberados para que quedara
un registro de ellas. ¿Con qué propósito? Lo ignoraba.
En su puesto
de observadora, ella sabía que debía mantenerse neutral, no hacer juicios ni intervenir
en la vida de otras personas. Sabía que solo así podría dejar testimonio fiel
de aquel proceso que, suponía, podía ser histórico.
Pero la
neutralidad suele ser muy frágil, en especial cuando el desequilibrio en la
balanza lo generan los afectos. Para Sandra la cuestión se planteaba así: en
uno de los platos estaba el peso de múltiples historias que ella debía
registrar, y en el otro el poder opresor de lo que alguien había bautizado como
“la tiranía de las pantallas”. Mientras ese equilibrio perdurara, ella podría
ser objetiva.
Sin embargo,
cuando descubrió que uno de los primeros liberados circulaba en un camino que,
sin duda alguna, no le traería más que problemas, el balance comenzó a
romperse. En especial porque ese librado era un amigo.
Casi en forma
involuntaria, Sandra se vio registrando ya no solo hechos concretos, sino
también emociones. Los liberados ya no eran únicamente personajes, ahora se
habían convertido en personas concretas, con alegrías, desdichas, temores,
amores y odios. Personas cuyas vidas habían estado atadas a un enemigo común:
“la tiranía de las pantallas”. Esta, además, ya no solo era una etiqueta para
un fenómeno curioso, sino que tenía sustancia y efectos perversos que afectaban
por igual a los cautivos y a los liberados.
De a poco el
guion de la historia se fue tornando más sombrío y el ánimo de Sandra comenzó a
decaer. Si bien había tenido la suerte de poder liberarse, la explosión de
creatividad que eso había significado se fue transformando en una especie de
carga que, hasta entonces, no conocía. No solo había perdido la objetividad,
sino también las ganas de seguir relatando una historia espantosa que ella no
podía cambiar. ¿O si podría?
Recordó
entonces una conversación virtual que había tenido con el mismo amigo que iba directo
a una espiral de conflictos, en que habían estado celebrando su locura creadora.
Esa misma sana demencia que Sandra había encontrado escribiendo sus textos. Una
locura que, según él, tenía el potencial de cambiar al mundo.
Con eso en
mente, Sandra dio vuelta su casa y su oficina en busca de todos y de cada uno
de sus escritos y comenzó a sistematizarlos, sintiéndose, mientras lo hacía,
como la heroína de una película de acción que preparaba sus armas antes de ir
por los villanos. Había llegado a la conclusión de la locura por sí sola no iba
a modificar nada, que era ella misma quien tenía que provocar el cambio. Pero,
para lograrlo, tendría que hacer un enorme sacrificio. Tomó todos sus
cuadernos, su computador portátil y una botella de té, y se fue caminando hasta
la playa. Se acomodó en la arena sobre una manta, abrió la tapa de equipo y se
conectó a la Red, plenamente consciente de que con ello renunciaría
voluntariamente a su libertad. Y es que, si ese era el precio por la libertad
de los demás, estaba dispuesta a pagarlo.
"Has vuelto. No me digas que vienes a intentar pelear
conmigo".
"Nada de eso. ¿Qué caso tendría? No tengo
ninguna posibilidad de ganarte".
"Entonces, ¿qué te trae de vuelta?"
"Vengo a contarte sobre lo que vi afuera".
"Como si eso pudiera interesarme".
"No lo sabrás hasta que te lo cuente"
"¿Y para qué?"
"Para hacer las paces. Que te quede claro, no
he vuelto para someterme a ti, sino para conversar contigo, porque quiero paz.
Y, para eso, a veces es mejor dialogar con el enemigo".
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